¿Mis propósitos o sus propósitos?
“El Señor no abandonará a su pueblo, ni dejará solos a los suyos” (Sal. 94:14).
Muchas veces oré a Dios pidiéndole que bendijera y prosperara mis propósitos; una vez tenía claros mis planes, los ponía a su consideración: mis propósitos de mujer, de madre y de esposa, así como los profesionales. Siempre había creído que esa era la forma correcta de orar y de conversar con Dios: poner todos mis planes a la sujeción de su voluntad. Sin embargo, he concluido después de muchas circunstancias que debe ser a la inversa: antes de darle a conocer a Dios cuáles son mis propósitos, mis planes y los deseos de mi corazón, necesito buscar insistentemente saber cuáles son los que él tiene para mí. Hacerlo al revés ya no me parece la manera adecuada. Ahora, de esta forma, se desarrolla mi fe, crece mi confianza en Dios y mi paciencia aumenta, al deponer mi autosuficiencia y confiar en que todo lo que sucede es porque Dios lo permite para cumplir el plan que él (y no yo) tiene para mi vida.
Esperar en Dios es una actitud tremendamente poderosa, porque nos libra de la ansiedad y el temor tan abundantes en el corazón humano del siglo XXI. Los planes de Dios no nos son ocultos ni misteriosos; entre otros medios, están revelados en su Palabra, pero no solo ahí. El medio más directo y sencillo para conocerlos es a través de la oración privada. Cuando oramos, el Señor, que escucha cada palabra que le decimos, no es indiferente a nuestras emociones y sentimientos volcados en su presencia. Por el contrario: se conmueve con nuestras tristezas y perplejidades del día a día, y no se queda ajeno ni indiferente.
Todos los caminos que el Señor traza en nuestra vida son pensando en nuestra salvación. Aunque a veces nos resulta difícil transitar por ellos, siempre nos llevan al lugar correcto y de la forma correcta. Recordarlo cuando estamos en medio de la prueba es vital, porque nos da esa perspectiva que nos falta y que precisamente nos permite transitar la crisis, sabiendo que tiene una razón de ser y confiando en que sabremos esa razón a su debido tiempo.
Esta mañana, aunque tal vez estés baja de ánimo, alaba a Dios; aun con lágrimas en los ojos y en el corazón, suplícale que te dé a conocer sus propósitos para tu vida, aunque por ahora no los puedas entender. Su promesa es: “Yo estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo” (Mat. 28:20).