¿Cuáles son tus dioses ajenos?
Los estatutos y derechos y ley y mandamientos que os dio por escrito, cuidareis siempre de ponerlos por obra, y no temeréis a dioses ajenos. 2 Reyes 17:37.
Mi compañera lucía agotada. Era madre de trillizos que iniciaban la adolescencia. Le pregunté:
—¿Estás recibiendo suficiente ayuda?
—Mi esposo es alcohólico… no trabaja… voy a divorciarme —confesó cabizbaja.
Le conté mi experiencia y el efecto que el divorcio ejerce sobre los hijos. Lloramos juntas, y oré por su matrimonio. Una semana más tarde lucía alegre y llena de esperanza. Había visto cambios en su esposo y decidió no divorciarse. Me obsequió un rosario y una estampita. Miré el regalo y pasaron por mi mente tantos pensamientos, pero me limité a sonreír.
—Sé que no crees en esto —me dijo—, pero es lo mejor que puedo ofrecerte.
Colocó el rosario en mi cuello y la estampita en mi mano. Esos objetos no significaban nada para mí, ni cambiarían mi comprensión de lo que significa: No temeréis a dioses ajenos. Simplemente me sentí agradecida por su cariño.
¿Cuáles son los dioses ajenos? Elena de White lo define: “Todo lo que sea objeto de pensamientos y admiración indebidos, que absorba la mente, es un dios puesto por encima del Señor” (HHD, p. 58). Quizá no tengas rosarios ni imágenes, pero aplicando este criterio, ¿cuántos dioses están en tu mente y corazón? ¿A quién o a qué dedicas la mayor parte del día? ¿Qué o quién consume tus energías?
El Señor del cielo no reconoce como hijos suyos a los que guardan en su corazón cualquier cosa que ocupe el lugar que únicamente Dios debería tener… Cualquier cosa que separe nuestros afectos de Dios, y disminuye nuestro interés en las cosas eternas, es un ídolo. Los que emplean el tiempo precioso que Dios les ha dado —tiempo que ha sido comprado a un precio infinito— en embellecer sus hogares para ostentación, en seguir las modas y las costumbres del mundo, no solo están privando a sus almas de alimento espiritual, sino que también están dejando de darle a Dios lo que es suyo…
Dios no compartirá un corazón dividido. Si el mundo absorbe nuestra atención, él no puede reinar supremo. Si esto disminuye nuestra dedicación a Dios, es idolatría ante sus ojos (AFC, pp. 320, 321).
Haz una lista de todo lo que tú amas más que a Dios, y reordena tus prioridades.