Sin miedo y sin dudas
El alboroto era cada vez mayor. Entonces el jefe de los soldados romanos tuvo miedo de que mataran a Pablo, y ordenó que vinieran los soldados y se lo llevaran de nuevo al cuartel. Hechos 23:10, TLA.
El miedo y la duda son parientes cercanos e inseparables. Cuando le das entrada a uno, con seguridad y rapidez aparecerá el otro. Satanás sabe que un cristiano con miedo y dudas no representa bien a Cristo. “Mientras el alma esté llena de miedo y terror, la mente no puede ver la tierna compasión de Cristo” (2MCP, p. 808). Pablo no manifestó miedo ni duda. Convencido de que cumplía la voluntad de Dios, enfrentó al concilio, los miró fijamente, con seriedad, y les habló respetuosamente pero con firmeza. Al captar el mensaje de Pablo, el sumo sacerdote se enfureció y ordenó que se le abofeteara. Pablo reaccionó y lo maldijo: “Dios te golpeará a ti, pared blanqueada” (Hech. 23:3). Estaba allí para ser juzgado; ser abofeteado antes de ser escuchado era contrario a la ley, y como ex miembro del sanedrín, conocía el correcto procedimiento judicial.
Cuando Pablo se enteró de que había ofendido al sumo sacerdote, ofreció una disculpa. Tal vez el defecto que le quedó en la vista lo había impedido reconocerlo, o lo hizo irónicamente, pues un dirigente tal sabía que era contrario a la ley abofetear al acusado sin haberlo escuchado. La disculpa de Pablo fue sincera, y citó la Biblia para demostrarlo (Éxo. 22:28). Reconoce y respeta a las autoridades eclesiásticas.
El concilio estaba compuesto por fariseos y saduceos que estaban en constante conflicto por sus creencias contrarias respecto a los ángeles y a la resurrección. Pablo cambió el tema del debate, dando testimonio de la resurrección de Jesús, lo que encendió un conflicto entre ellos. Los jueces fueron incapaces de pronunciar una sentencia justa por el desacuerdo entre ellos. El tribuno, por miedo, envió soldados para sacarlo del tumulto y lo llevarlo a la fortaleza.
Cuando te corresponda estar en una sala de juicio para defender la fe, Dios hablará por ti. Acude sin temor ni dudas, que Dios estará allí cuando más lo necesites para darte consuelo y decirte:
“Ten ánimo. No tengas miedo”. “A los que lo sirven aferrándose de él como de su Padre celestial, les asegura el cumplimiento de sus promesas. Su gozo se hallará en sus corazones, y alcanzará su plenitud” (CDCD, p. 264).