Alabanza a la mujer ejemplar: se levanta al amanecer
“Mujer ejemplar no es fácil hallarla; ¡vale más que las piedras preciosas! […] Antes de amanecer se levanta y da de comer a sus hijos y a sus criadas” (Prov. 31:10, 15).
Levantarse al amanecer es una saludable costumbre que se ha perdido en una sociedad que hace de la noche día, y del día, noche. Quien ha tenido la oportunidad de ver un amanecer, sabe que en él se puede respirar la frescura de la mañana, deleitar los oídos con los sonidos del despertar de la naturaleza y gratificar los ojos con las imágenes sublimes de la aurora.
Quiero imaginar que el amanecer al que hace referencia nuestro texto de hoy no solo se aplica al amanecer literal, sino también a esa capacidad que posee la mujer ejemplar de anticiparse a los acontecimientos, especialmente a aquellos que pueden poner en peligro su integridad y la de los suyos. El amanecer es ese ir por delante de las necesidades que el día puede presentar. Esa es una de las características de la mujer cristiana.
Jesús tenía como hábito levantarse al amanecer para entrar en comunicación con su Padre, y a través de ella encontrar fortaleza física, espiritual y emocional para cumplir su ministerio terrenal. Si seguimos su ejemplo, seguramente seremos revestidas de gracia y fortaleza para llevar a cabo la gran responsabilidad de criar hijos para el Cielo, y para poner a salvo nuestra relación matrimonial.
“Tenemos el privilegio de pedir, a través de Jesús, cualquier bendición espiritual que necesitemos. Podemos decir al Señor, con la sencillez de un niño, exactamente lo que necesitamos. Podemos exponerle nuestros asuntos temporales, pidiéndole pan y ropa, así como también el pan de vida y el manto de la justicia de Cristo” (El discurso maestro de Jesucristo, p. 122). Qué mejor momento que la aurora para disfrutar de ese privilegio.
La frescura de la mañana, el canto de las aves y el despertar de la naturaleza son el marco perfecto para crear ese espacio de paz, serenidad y sosiego que te permitirá conectar con Dios sin interrupciones ni prisas. La mujer cristiana, esa que vale más que las piedras preciosas, no deja escapar los privilegios que trae el sentirse activa al amanecer.