¿De prisa sin saber hacia dónde vas?
“En este mundo todo tiene su hora; hay un momento para todo cuanto ocurre” (Ecl. 3:1).
En este mundo posmoderno, la prisa se está convirtiendo en un estilo de vida. Son cientos, por no decir miles o millones, los que van corriendo por la vida, sin siquiera saber hacia dónde van. Ponen a un lado lo placentero y gratificante de la contemplación y el “saboreo” de la existencia. Ir a prisa no es solo ir corriendo de un lugar a otro; es mucho más que eso; ir a prisa es estar constantemente ansiosa y acelerada por una meta, un destino, un anhelo, una responsabilidad. Ir a prisa conlleva la ausencia de paz interior, por haber hecho de la vida un ir y venir sin sentido. A veces, la prisa se transforma en una búsqueda incierta sin saber qué se busca, se anhela o se desea. Somos como peregrinos cansados que nunca llegan a su destino final.
Lo opuesto a la prisa es la calma, algo que muy pocos disfrutan hoy pero que muchos anhelan. ¡Y con razón! Aclaremos un poco qué es la calma, en caso de que tenga mala prensa entre las lectoras. La calma no significa ir despacio; más bien, quiere decir que se dejan de lado los pensamientos acelerados y el frenesí de la existencia, para disfrutar de los bienes, el tiempo, los seres amados y la compañía de Dios.
Hoy es el día oportuno para comenzar a hacerlo si aún no lo haces: deja la prisa, contempla, disfruta y vuélcate en lo que vale la pena, en beneficio de tu salvación y la de tus seres queridos. Prioriza tu tiempo y tus actividades; no te rijas por la prontomanía, que es querer hacerlo todo ya, aunque sea a costa de tu salud y del bienestar de los que te rodean.
Toma tiempo para estar a solas con Dios. Aprovechar el tiempo no quiere decir estar siempre ocupada haciendo muchas cosas; quiere decir simplemente vivir, agradeciendo al Creador.