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«Las Escrituras dicen claramente que el Mesías nacerá del linaje real de David, en Belén, la aldea donde nació el rey David» (Juan 7:42).
Descartes dijo: «Daría todo lo que sé, por la mitad de lo que ignoro». ¿Alguna vez has defendido una situación que creías correcta para luego darte cuenta que estabas en un error?
Transcurría la fiesta de los tabernáculos, y los sacerdotes y fariseos no perdían el tiempo en cuanto a sus planes para detener a Jesús. Los soldados, que habían sido enviados para tal misión, fueron testigos de que las palabras de Jesús jamás habían sido pronunciadas por un ser humano normal (Juan 7:46).
El disturbio y las diferentes opiniones acerca de la naturaleza y autoridad de Jesús se centraron en su lugar de nacimiento. Muchos sabían o pensaban que Jesús era de Galilea y basaban su análisis lógico en el texto de hoy. ¿Acaso no lo dice la Escritura? ¡Vaya! Ellos citaban la Escritura para defender sus argumentos y no se daban cuenta que la misma Escritura los condenaba por su propia boca.
En ocasiones, pensamos saber todo acerca de un asunto y lo defendemos con uñas y dientes, sin importar los puntos de vista de los otros porque desde donde estamos parados todo se ve claro y sin margen de error. Es aquí cuando la ignorancia se convierte en mala consejera.
Los sacerdotes y fariseos creían firmemente saber todo acerca de la venida del Mesías y, sin embargo, la ignorancia, gemela de la arrogancia, les impulsaba a no dar lugar a una opinión diferente. Por esta razón sus ojos nunca pudieron ser abiertos a la verdad. Y esto es lo que ocurre a todo aquel que piensa tener la razón absoluta. Sí, ellos conocían el origen del Mesías según las Escrituras pero eran ignorantes respecto al linaje de Jesús y su verdadero lugar de nacimiento. Si no hubieran sido tan orgullosos, habrían sido los más privilegiados con la presencia de Jesús en sus vidas.
Querida amiga, no te dejes llevar por lo único que supones saber. Siempre hay algo que ignoramos y la ignorancia es mala consejera. Busca siempre el balance entre tus pensamientos, pesa todo ante la Palabra infalible de Dios y haz de ella tu mejor consejera. Cree en ella de tapa a tapa, no solo centres tu opinión en algunos textos, como lo hicieron muchos judíos, entre ellos, los que creían tener la absoluta verdad. La buena noticia es que Dios da su sabiduría y su verdad a los humildes de corazón.