Miedo en el mar
Él les dijo: “¿Por qué tienen miedo, hombres de poca fe?” Entonces se levantó, reprendió al viento y a las aguas, y sobrevino una calma impresionante. Mateo 8:26, RVC.
El día había sido agotador para Jesús, que había estado predicando, enseñando y sanando a las multitudes. Al oscurecer, se subió a una barca con sus discípulos, y en medio de un mar calmado, se quedó dormido. Se desató entonces una tempestad que amenazó con hundir la barca. Los discípulos temieron morir. Emplearon toda su habilidad, pero no lograban salvar la embarcación. No fue hasta que se dieron cuenta de que iban a morir, que recordaron a Jesús y gritaron desesperados porque no sabían dónde estaba. Repentinamente, un relámpago mostró su silueta durmiente. Le reprocharon por haberlos descuidado en tal emergencia.
¿Has intentado sobrevivir a tus tormentas con tu experiencia y recursos, y no fue hasta que los habías agotado todos que clamaste a Jesús por ayuda? Cuando enfrentes tribulaciones, no es que a Jesús no le importe tu sufrimiento. Él espera que le pidas ayuda. Buscar a Jesús en oración debería ser la primera y no la última opción. El miedo nos lleva a olvidar que Jesús está ahí mismo, como siempre, dispuesto a calmar nuestras tempestades.
Los clamores de sus discípulos despertaron a Jesús y acudió en su auxilio. “Jamás un alma dio expresión a ese clamor sin que fuese oído. Mientras los discípulos asían sus remos para hacer un postrer esfuerzo, Jesús se levantó. De pie en medio de los discípulos, mientras la tempestad rugía, las olas se rompían sobre ellos y el relámpago iluminaba su rostro, levantó su mano, tan a menudo empleada en hechos de misericordia, y dijo al mar airado: ‘Calla, enmudece’ ” (DTG, p. 302). La naturaleza obedeció al instante, y el repentino silencio fue tan impresionante como lo había sido la tempestad. Los discípulos se llenaron de reverencia; la misma que experimentas cuando ves una respuesta inmediata a tu oración.
El miedo destruye nuestra confianza en la bondad de Dios, produce amnesia espiritual, destroza la fe, paraliza y enceguece. Por eso Jesús atacó vigorosamente el miedo. De los 125 imperativos usados por Jesús, 21 son respecto a no tener miedo, o a tener valor. “Aunque con tristeza reprende nuestra incredulidad y confianza propia, nunca deja de darnos la ayuda que necesitamos.
En la tierra o en el mar, si tenemos al Salvador en nuestro corazón no necesitamos temer. La fe en el Redentor serenará el mar de la vida, y nos librará del peligro de la manera que él reconoce como la mejor” (DTG, p. 303).