Escuchen o dejen de escuchar
Y tú, hijo de hombre, no les tengas miedo ni te asusten sus palabras; ni te acobardes ante ellos. Ya sabes que son gente rebelde. Ezequiel 2:6, BLPH.
Ezequiel fue un devoto seguidor de Jehová, contemporáneo con Jeremías. Mientras Jeremías estaba profetizando en Judá, Ezequiel fue llevado cautivo con otros diez mil judíos a Babilonia, por ser miembro de la aristocracia de Jerusalén (2 Rey. 24:14). Fue separado de su casa y familia en Jerusalén, perdió su carrera sacerdotal para la cual había sido entrenado durante años, y se convirtió en predicador de las calles durante más de veinte años. Más tarde perdió repentinamente a su esposa, pero no guardó resentimientos. Su ministerio tampoco fue fácil: le correspondió llevar un mensaje severo que le ganó muchos enemigos. Se comparó a sí mismo viviendo entre zarzas, espinos y nidos de escorpiones. Ilustró su mensaje de maneras dramáticas: tuvo que comerse un rollo de papiro, dormir atado de un lado durante más de un año, comer solo una taza de comida al día, cocinada sobre estiércol, raparse la cabeza y la barba (símbolo de luto) y no mostrar dolor cuando murió su esposa. Dios no pide de ti cosas tan difíciles, pero debes estar dispuesta a hacer lo que Dios desee, cuando lo desee y donde lo indique.
La primera visión de Ezequiel fue para asegurarle de la soberanía divina sobre todos los exiliados, darle la seguridad de que Dios lo capacitaría para llevar a cabo su misión, y decirle que debía ser perseverante y valiente, no tener miedo ni desmayar frente a la hostilidad y el peligro intenso. Dios sabía que Ezequiel sufriría la oposición de gobernantes, sacerdotes y falsos profetas, que sería causa de burla, calumnia, acusaciones y amenazas, pero debía dar el mensaje a los cautivos endurecidos y a los idólatras rebeldes: Escuchen o dejen de escuchar (Eze. 2:7).
Lleva el mensaje sin preocuparte por la reacción de las personas; tu obra es impartirlo: “Esta Palabra debe ser proclamada a todos, con el fin de que sea para todos un testimonio recibido o rechazado. No piensen que les incumbe la responsabilidad de convencer y convertir a los oyentes. Únicamente la potencia de Dios puede enternecer los corazones. Su tarea consiste en presentar la Palabra de vida con el fin de que todos tengan ocasión de recibir la verdad si la desean. Si se apartan de la verdad celestial, será para su condenación” (3JT, p. 94).
El Espíritu de Dios te quitará todo miedo al ridículo, al rechazo, a las críticas, calumnias o acusaciones