Abba, Padre
Y ustedes no recibieron un espíritu que de nuevo los esclavice al miedo, sino el Espíritu que los adopta como hijos y les permite clamar: “¡Abba! ¡Padre!”. Romanos 8:15, NVI.
Pablo introdujo la metáfora de hijos versus esclavos porque era familiar para los lectores. Los hijos y los esclavos crecían en la misma casa, pero con papeles diferentes. Los hijos heredaban las riquezas de los padres, mientras que los esclavos obedecían las órdenes de sus amos. A veces, el amo adoptaba al esclavo como hijo legítimo, dándole todos los beneficios de un hijo biológico. Esta nueva relación lo liberaba del miedo. Un esclavo sirve a su amo por miedo, sin esperanza de ningún beneficio. Cuando es adoptado, su futuro queda asegurado y su servicio es voluntario, inspirado por amor. Lo mismo ocurre con el nuevo creyente: adquiere los privilegios de un hijo de Dios.
Tú ya no eres esclava sino hija de Dios, heredera de los tesoros celestiales. Tu servicio es voluntario, tu futuro está asegurado. Ya no vives para aplacar la ira del amo, sino para complacer el amor del Padre; y en lugar del miedo de una esclava, tienes la confianza y la seguridad de una hija. Llámalo con emoción: “¡Abba! ¡Padre!”.
Abba es una palabra cariñosa, llena de respeto y dependencia total, en arameo, la lengua materna de Jesús. Por eso él usó ese término en varias ocasiones (ver Marcos 14:36). “Padre” es la traducción de Abba al griego. “Abba Padre” refleja tanto el carácter bilingüe de la época como la intensidad del sentimiento. ¿Tienes alguna forma favorita de llamar a Dios? Desarrolla una íntima relación con Dios: llámalo “¡Abba Padre! ¡Daddy! ¡Papito mío!”
¡Qué amor incomparable, que nosotros, pecadores y extranjeros, podamos ser llevados de nuevo a Dios y adoptados en su familia! Podemos dirigirnos a él con el nombre cariñoso de “Padre nuestro”, que es una señal de nuestro afecto por él, y una prenda de su tierna consideración y relación con nosotros… una relación aún más sagrada que la de los ángeles que nunca cayeron. Todo el amor paterno que se haya transmitido de generación a generación por medio de los corazones humanos, todos los manantiales de ternura que se hayan abierto en las almas de los hombres son tan solo como una gota del ilimitado océano, cuando se comparan con el amor infinito e inagotable de Dios. La lengua no lo puede expresar, la pluma no lo puede describir (5TI, p. 691).
Busca hoy una forma nueva e intima de llamar a Dios.