Venganza
Absalón les dijo a sus hombres: “Esperen hasta que Amnón se emborrache; entonces, a mi señal, ¡mátenlo! No tengan miedo. Yo soy quien da la orden. ¡Anímense y háganlo!” 2 Samuel 13:28, NTV.
Amnón, el hijo primogénito de David, siguiendo el ejemplo del padre, tomó a la fuerza a Tamar su hermana, provocando la ira y venganza de su medio hermano Absalón, quien cumplió su sentencia dos años más tarde.
Las mujeres vírgenes eran bien resguardadas, no podían ser vistas por varones sin la presencia de un testigo. Un hermano era nombrado como guardián de su hermana; al parecer Absalón era el guardián de Tamar. “Los miembros de la familia del Señor deben ser prudentes y vigilantes y hacer todo lo posible para salvar a sus hermanos más débiles de las disimuladas redes de Satanás” (CDCD, p. 145).
Aconsejado por su primo Jonadab, Amnón cometió incesto con su hermana. Evalúa bíblicamente los consejos que recibes, incluso aunque vengan de tu familia. A Amnón no le importaron los ruegos de Tamar y, posteriormente, su infatuación con ella se fue de un extremo a otro, porque luego se llenó de repulsión, remordimiento y miedo al castigo. El amor y la pasión son diferentes: el amor es paciente, la pasión requiere inmediata satisfacción. Una forma fácil de tener clara la diferencia entre el uno y el otro es que, si no puede esperar, no es amor verdadero.
Amnón echó a la víctima, hecho que, de acuerdo con la costumbre oriental, excluyó a Tamar de poder casarse. La única persona que podía redimirla era Amnón, si se casaba con ella (Deut. 22:28, 29). Al sacarla de la casa, la humilló dos veces, pues aparentaba que Tamar lo había propuesto, y sin testigos (2 Sam. 13:9). Así que ella fue obligada a vivir soltera el resto de su vida (2 Sam. 13:20). Conociendo su suerte, rompió su vestido exclusivo de la corte real, que representaba su distinción y virginidad. Así Absalón se enteró de que su hermana, a quien debía cuidar, había sido ultrajada. Le pidió que no hiciera escándalo, pero secretamente planificó la venganza. David desaprobó la conducta de Amnón, pero acusado por su propio pecado, no tomó medida alguna, y dejó impune al culpable. “Cuando los padres o los gobernantes descuidan su deber de castigar la iniquidad, Dios mismo toma el caso en sus manos.
Su poder refrenador se retira en cierta medida de los instrumentos del mal, de modo que surgirá una serie de circunstancias que castigará al pecado con el pecado” (PP, p. 788). ¡Roguemos a Dios que nos ayude a ser madres justas!