Sin prisa, pero sin pausa
“Demos tiempo al tiempo: para que el vaso rebose hay que llenarlo primero”. Antonio Machado
Cuenta una historia que un joven se acercó a su maestro y le preguntó:
—¿Cuánto tiempo debo estudiar para ser su mejor alumno?
—Diez años —le respondió el maestro.
—¡Pero diez años es demasiado tiempo! —protestó el joven—. ¿Y si estudio el doble que los demás alumnos?
—Entonces te llevará veinte años.45
Como este joven, nosotras también nos frustramos a veces al ver que no progresamos como quisiéramos hacerlo. Al igual que él, también vivimos en la era de la prisa, que nos hace esperar resultados inmediatos y eficiencia instantánea. Creemos que cuanto antes, mejor; pero esto no funciona así en el ámbito espiritual. La cultura de la abundancia que nos rodea nos ha hecho impacientes, amantes de la gratificación inmediata, y eso tiene su contraparte: hemos dejado de valorar los beneficios de cocinar a fuego lento.
Para empezar, la paciencia es uno de los frutos del Espíritu (ver Gál. 5:22, 23). Y, de hecho, en la naturaleza, el proceso de dar fruto lleva siempre su tiempo. Por mucho que uno riegue el terreno, no obtendrá la cosecha antes, sino todo lo contrario: ahogará el posible resultado que obtendría, por el hecho de querer obtenerlo antes de tiempo.
Entender que Dios no vive inmerso en la cultura de la prisa es muy importante para que no nos desesperemos si no alcanzamos el nivel de madurez espiritual que juzgamos deberíamos tener ¡ya! Quien juzga no soy yo, es el Señor de la viña; y él es también quien planta, riega, cosecha y sabe que la lluvia temprana y la tardía llegarán a su debido tiempo.
La fe se desarrolla con cada prueba superada, cada problema en el que no estuvimos solas, cada oración contestada, cada experiencia vivida y verdad aprendida… Así, con tiempo, poco a poco, es como se cava hondo. Por eso, ten paciencia; los frutos llegan cuando tienen que llegar. Se trata de ejercer fe, de tener confianza en que Dios tiene sus razones para hacer las cosas como las hace.
Si más rápido fuera mejor, la impaciencia sería un fruto del Espíritu.
“No es que el Señor se tarde en cumplir su promesa, como algunos suponen, sino que tiene paciencia con ustedes, pues no quiere que nadie muera, sino que todos se vuelvan a Dios” (2 Ped. 3:9).
45 John Ortberg, Me. The Me I Want to Be (Míchigan: Zondervan, 2010), p. 75.