Decide ser libre
“Conocerán la verdad, y la verdad los hará libres” (Juan 8:32).
La libertad es un don que hemos recibido por creación; se manifiesta en cada ser humano a través de nuestra capacidad de tomar decisiones por nuestra propia cuenta y de elegir basándonos en nuestros propios valores éticos, morales y espirituales. A pesar de esta libertad maravillosa que el Señor nos ha concedido, millones de personas viven encarceladas, aun sin haber pisado nunca una prisión. Son prisioneros, pero en su mente; sufren un secuestro emocional que les impide toda libertad vital.
Vivir como presas de pensamientos derrotistas, atrapadas por el rencor o por los remordimientos del pasado, es algo que nos paraliza, nos desmotiva y nos genera dolor y amargura, al grado de que podemos llegar a desencadenar enfermedades mentales y físicas. Las emociones, los pensamientos y los sentimientos se generan en la mente. En este sentido, para gozar de verdadera libertad debemos poner nuestra mente bajo el comando de Dios. El primer paso es ser conocedoras de la verdad que se expone en su Palabra, especialmente de la verdad de la salvación en Cristo Jesús. Porque, como sabes, la verdad es lo que nos hará libres.
Estas son prácticas que promueven la esclavitud mental. Encadenadas a recuerdos, a malas decisiones y a experiencias traumáticas, no permitimos que Dios sea nuestro libertador y salvador.
Los consultorios de psicólogos y psiquiatras son visitados con frecuencia por muchos que anhelan deshacerse de una mente enferma, y eso es correcto cuando sentimos que nuestra capacidad de discernimiento se encuentra disminuida. No obstante, qué alentador es darse cuenta de que Dios, el creador de la vida y el sustentador de nuestra mente, puede romper las cadenas que nos mantienen atadas a una existencia miserable.
La única condición que necesitas cumplir para recuperar esa libertad perdida es deponer tu discurso interno de autosuficiencia, abandonar los argumentos con los que te justificas y permitir que poco a poco tus pensamientos de ansiedad, rencor y amargura sean cambiados, hasta experimentar la sensación maravillosa de ser libre en Cristo.
No olvidemos que “nosotros tenemos la mente de Cristo” (1 Cor. 2:16). ¡Comienza hoy, arrodíllate y cuéntale a Dios tu dolor!