El Mesías reverente y obediente
Y reposará sobre él el Espíritu de Jehová; espíritu de sabiduría y de inteligencia, espíritu de consejo y de poder, espíritu de conocimiento y de temor de Jehová. Isaías 11:2.
Isaías 11 presenta la liberación y restauración mediante el Mesías, una motivación a los judíos fieles para que no apoyen las decisiones de su testarudo rey, Acaz. Asiria es comparada a un árbol que es cortado de raíz (Isa. 7:24; 10:19, 33, 34). Siguiendo la metáfora, el Mesías Príncipe se compara con un pequeño vástago retoñando de la simiente de Isaí y David, pero que crecería hasta cubrir toda la tierra. Isaías mostraba así una escena futura en que la justicia, la rectitud y la paz serían restituidas, y los enemigos del pueblo de Dios serán destruidos para siempre.
¿Estás siendo difamada? ¿Prevalecen los impíos? ¿Sufres injusticias o amenazas? Espera con paciencia, que dentro de poco verás cómo los impíos serán raídos y tu caso será vindicado en la corte celestial.
Entre las características del Mesías está el temor de Jehová. Jesús aprendió el temor reverente y obediente porque, “aunque era Hijo, por lo que padeció aprendió la obediencia” (Heb. 5:8). En el cielo, millares de ángeles le prodigaban obediencia a él. El majestuoso, el Verbo, el Creador, el grande y poderoso Dios, cuando se hizo carne aprendió a obedecer. Antes de haberse encarnado no necesitaba temer al Padre, porque ellos son uno en esencia y propósito, pero al encarnarse como ser humano debía cultivar una actitud reverente ante su Padre. ¡Cuán importante es la reverencia a Dios!
El Mesías nos enseñaría cómo reverenciar el nombre del Altísimo. “Jesús se gozaría en hacer la voluntad de Dios. Sus pensamientos serían los pensamientos divinos; su voluntad sería la voluntad divina (Juan 10:30; 14:10). Reveló su divinidad y vivió la justicia de Dios ante los hombres. En verdad, esta fue una de las razones por las cuales vino al mundo” (4CBA, p. 199).
Cuando tememos a Dios debidamente, valoramos la encarnación, vida y muerte de nuestro Señor Jesucristo. “Todo el tesoro del cielo está abierto para quienes él trata de salvar. Habiendo reunido las riquezas del universo y abierto los recursos del poder infinito, lo entrega todo en las manos de Cristo y dice:
“Todas estas cosas son para el hombre. Úsalas para convencerlo de que no hay mayor amor que el mío en la tierra o en el cielo. Amándome hallará su mayor felicidad” (DTG, p. 39).