Cuando el sufrimiento te pone fuera de sí
Entonces yo hablaría sin tenerle miedo, pues no creo haberle faltado. Job 9:35, DHH.
En el capítulo 9 del libro de Job, el patriarca responde al ataque de su segundo amigo, Bildad. Intentaba revisar y reconocer el poder y la autoridad del Creador, pero en su angustia empezó a fantasear con la idea de enfrentar a Dios en un juzgado (Job 9:32-35). Imaginaba un árbitro y un juicio justo que escuchara su queja contra Dios. Su imaginación lo llevó a un estado de hastío hacia la vida; Job estaba fuera de sí mismo.
Probablemente no hayas experimentado nunca pérdidas del alcance que experimentó Job, pero por el simple hecho de ser una mujer cristiana, tarde o temprano serás asediada por el enemigo, que sabe que le queda poco tiempo. Consuélate con estas palabras:
La esperanza del cristiano no está basada en el arenoso fundamento de los sentimientos. Los que obran por principio contemplarán la gloria de Dios más allá de las sombras, y confiarán en la segura palabra de su promesa. No se les disuadirá de honrar a Dios, no importa cuán tenebroso parezca el camino. La adversidad y las pruebas solamente les proporcionarán la oportunidad de mostrar la sinceridad de su fe y amor. Cuando el alma esté deprimida, eso no será evidencia de que Dios ha cambiado. […] Puedes estar seguro del favor de Dios cuando eres sensible a los rayos del Sol de Justicia; pero si las nubes inundan tu alma, no debes creer que has sido olvidado. Tu fe debe abrirse camino a través de la oscuridad. […] Que tu fe sea como la de Job, para que puedas decir: “Aunque él me matare, en él esperaré” (Job 13:15). Aférrate a las promesas de tu Padre celestial, y recuerda cómo te ha tratado antes a ti y a tus siervos, porque “a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien” (Rom. 8:28).
Las vicisitudes más difíciles de la vida cristiana deberían ser las que proporcionen mayores bendiciones. Las providencias especiales recibidas en las horas lóbregas deben animar al alma en los futuros ataques de Satanás, y deben aparejar al siervo de Dios para que permanezca firme en las fieras pruebas” (AFC, pp. 255, 256).
Oh, Dios, cuando las pruebas nos azoten, por favor ten piedad, danos la seguridad de tu presencia.