
» ‘Acuérdate, oh Señor, que siempre te he sido fiel y te he servido con singular determinación, haciendo siempre lo que te agrada»; y el rey se echó a llorar amargamente» (2 Reyes 20:3).
A doña Mechita le diagnosticaron cáncer en el estómago y, aunque la iglesia oró, falleció a los dos meses. Este día, mientras escribo, 11 de febrero de 2020, la iglesia sufre la pérdida del profesor Elías Morales, muy
querido entre sus alumnos, familia y amigos. Se hicieron oraciones intercesoras, pero, a pesar de ello, murió. Como ellos, incontables casos de grandes y piadosas personas que a nuestro parecer no merecían morir o al menos «no todavía».
Después de todas las reformas que Ezequías hiciera con el pueblo en la actividad religiosa y social, después de ver el poderoso brazo del Señor peleando a su favor, recibe la noticia: «dice Dios que te vas a morir». El rey no pudo aceptar la decisión de Dios. Después de todo, ¿cómo era posible que lo dejara morir si se había conducido con integridad y había hecho la voluntad de Dios? Le pareció bien al rey apelar a la voluntad divina y oró. No logro entender por qué ante esa única oración Dios cambia la jugada y le permite vivir quince años más; debió ser un motivo de gozo, de júbilo, de fiesta en el palacio.
Ante la enfermedad, muchos quisieran que su oración fuera contestada tan inmediatamente como lo fue
para el rey. Creen que si su oración no tiene efectos favorables, es porque Dios no les escucha y en el peor de los casos, que nos los ama. Reclaman al Señor: «Acuérdate que he sido un buen pastor, un fiel diácono, una buena anciana entre otros. Señor ¿por qué a mí, si te he servido con fidelidad todos estos años? Sáname porque creo que lo merezco». Sin embargo, el fin de la vida del rey Ezequías es una fuerte lección para todos aquellos que queremos cambiar la voluntad de Dios por la nuestra. De haber muerto quince años atrás, el registro de su vida habría sido intachable. El Señor lo probó para ver qué había en su corazón y esta vez no pasó la prueba (Isaías 39; 2 Crónicas 32:31).
Pidamos siempre la sanidad de nuestro cuerpo anteponiendo a nuestra voluntad, la voluntad de Dios. Él sabe qué futuro es mejor para nosotros, si solo quince años más o la vida eterna.

