Matutina para Mujeres, Martes 01 de Junio de 2021

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Cuando las aves ya no cantan

“Cuando triunfan los justos, se hace gran fiesta; cuando triunfan los malvados, la gente se esconde” (Prov. 28:12).

Todas hemos leído y escuchado acerca de los campos de concentra­ción nazis que Hitler mandó construir en varios países de Europa, y en los que se llevó a cabo el exterminio de unos seis millones de ju­díos. En ellos se vivieron episodios que marcaron la historia humana por su crueldad. Desde entonces hasta hoy, los historiadores se han dado a la tarea de recuperar documentos que cuenten lo que sucedió en ellos. De entre tanta información, hay un hecho que me parece curioso: en algunos de esos campos de exterminio, las aves dejaron de cantar hasta el día de hoy. Es co­mo si aún guardaran luto por los millones de personas que allí perdieron la vida. Por supuesto, esto último es solo una especulación mía. Sin embargo, creo que nos deja una lección para aprender. 

Cuando un lugar es lóbrego, se siente en el ambiente; todos los que allí moran convergen en el mismo ánimo. Apatía, indiferencia e insensibilidad son los ingredientes de una atmósfera tóxica que puede llevar a la enferme­dad e incluso a la muerte. No es difícil pensar en lugares así, pues abundan en un mundo dominado por el pecado. Lo que sí es difícil pensar y creer es que en algunos hogares se respire tal ambiente. 

En un hogar donde reina la cordialidad, los niños cantan como las aves, seguros y confiados de que sus padres cuidan de ellos. Se escuchan palabras de aprobación y se extermina la crítica, dando así vida a sus moradores. Las risas son frecuentes, y el afecto es expresado en palabras y actos, sin dejar por ello de disciplinar y educar. 

La “acidez emocional” permea algunos matrimonios. Los cónyuges mues­tran constantemente en el rostro un gesto parecido al que hacemos cuando saboreamos algo ácido o amargo; la alegría, la ternura y la espontaneidad del amor parecen haber desaparecido poco después de la boda. En esos matri­monios, las aves ya no cantan; solo las palomas al anochecer parecen llorar en un largo lamento. 

Nuestro hogar no debiera parecerse a un campo de concentración o exter­minio, donde reina la ruindad del egoísmo humano.

Afirma Elena de White que debiera ser un “pedazo de cielo”, es decir, un anticipo de la felicidad que viviremos por siempre en el hogar que Dios tiene preparado para nosotras. Tener un lugar en él debe ser nuestro anhelo y nuestra oración diaria.

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