Alabanza a la mujer ejemplar: construye su casa
“La mujer sabia construye su casa; la necia, con sus propias manos la destruye” (Prov. 14:1).
Conocer cómo se construye una casa me resultó muy interesante. La durabilidad y la seguridad de una construcción dependen en gran medida de los cimientos que se le pongan. Cuanto más alto sea el edificio que se desea construir, mayor profundidad deben tener los cimientos que se echen. Una casa con buenos cimientos puede resistir los movimientos inesperados de la tierra, como los terremotos y los fuertes vientos provocados por huracanes. Una casa bien construida está cimentada sobre piedra y fierro.
El título y el versículo bíblico de la reflexión de hoy nos presentan a la mujer como una constructora sabia. Ella sabe que, para resistir los embates propios de la existencia en un mundo conflictivo e inestable, debe poner un firme fundamento; por eso se asegura de contar con toda la ayuda y la dirección de Dios para cumplir esta noble y difícil tarea. Nunca debe olvidar que la construcción que realiza respecto a su familia tiene como propósito que esta forme parte de la familia de Dios.
Construir vidas es una vocación de la mujer. Dios nos ha provisto de cualidades espirituales, físicas y emocionales que nos hacen aptas para tan noble tarea. La delicadeza, la dulzura, la calidez y la ternura son algunas de las herramientas necesarias para doblegar la voluntad más obstinada y quebrantar el espíritu rebelde que a veces manifiestan los niños y los jóvenes. Por otro lado, la rudeza, el humor agrio, la insensibilidad y la imprudencia solo consiguen endurecer sus tiernos corazones.
La influencia de la madre y la esposa en el hogar es fundamental para el desarrollo de la personalidad; es en casa donde se comienza a ser un buen ciudadano del mundo y de la patria celestial.
Nuestra obra de construcción será un éxito si cada mañana le pedimos a Cristo, que es la piedra angular y el firme fundamento, que nos provea de valor, firmeza y fe para concluir la obra y presentarnos ante Dios aprobadas, “como obrero que no tiene de qué avergonzarse” (2 Tim. 2:15, RVR 95).