Lo que puedes llegar a ser
“Aquella que había caído […] fue puesta en estrecho compañerismo y ministerio con el Salvador”. Elena de White
A veces, por nuestra manera de juzgar, nos cuesta entender cómo obra Dios. Si por nosotras fuera, condenaríamos a más de uno por el estilo de vida que “vemos” que lleva. Pero Dios es diferente; su deseo es perdonar, reconciliar y salvar. Dios puede redimir a un ser humano del más horrible de los pecados.
La Biblia no tiene ningún problema en presentar las caídas de sus grandes personajes; no los idealiza (idealizados, no nos servirían de ejemplo); los presenta como eran, lo bueno y lo malo. Sin embargo, a nosotras nos cuesta aceptar, por ejemplo, que Rahab era prostituta. Tanto es así que se ha tratado de esconder este hecho alegando que la palabra original para referirse a ella podría traducirse como “posadera”. Y cuando contamos su historia a los niños, a veces la presentamos así, a pesar de que la Septuaginta (traducción del Antiguo Testamento al griego hecha en el siglo II a. C.) usa la palabra porne (de la cual deriva “pornografía”). Todavía hoy nos cuesta entender que Dios use a una trabajadora del sexo para salvar a su pueblo. Pero así fue. Nuestros prejuicios no hacen sino aumentar nuestra ceguera espiritual.
No sé cuál es tu realidad; tal vez sientes que has caído tan bajo que no hay posibilidad de redención para ti. Si estoy rozando con mis palabras una herida profunda, tengo buenas noticias: “Jesús te ama, y su gran corazón lleno de infinita compasión se preocupa por ti. […] Puedes recuperar tu dignidad, y en lugar de sentirte un fracaso, puedes llegar a ser una conquistadora mediante la elevadora influencia del Espíritu de Dios” (Elena de White, Hijas de Dios, p. 139). Lejos de condenarte, Dios quiere devolverte la dignidad de ser llamada hija suya, si lo recibes y crees en él.
Así como Dios no vio necesario reinventar una historia para hacer ver menos pecaminoso el pecado de una prostituta, tú tampoco tienes necesidad de reinventar un pasado ni de ocultarlo. Lo que fuiste sin Dios no determina lo que puedes llegar a ser con él, gracias a la elevadora influencia de su Espíritu.
La necesidad real que tenemos es la de creer en Jesús, recibirlo cada día y dejar que obre en nosotras por su gracia. Esa gracia es precisamente la que nos limpia del pecado (incluso del pecado más feo a los ojos humanos).
“A quienes lo recibieron y creyeron en él, les concedió el privilegio de llegar a ser hijos de Dios” (Juan 1:12).