
A palabras necias, oídos sordos
“No hagas caso de todo lo que se dice, y así no oirás cuando tu siervo hable mal de ti. Aunque también tú, y lo sabes muy bien, muchas veces has hablado mal de otros” (Eclesiastés 7:21-22, DHH).
Cuando leí por primera vez este versículo tuve que leerlo dos veces para estar segura de lo que estaba entendiendo. No vino nada mal una tercera vez. ¿Estaba exagerando Salomón, o acaso estaba equivocado? Lo leí por cuarta vez. Entonces comprendí lo mucho que me molestaba escuchar que alguien opinara sobre mi persona de manera negativa, pero que podía pasar por alto o justificar tal actitud, cuando yo misma tenía una opinión desfavorable sobre otros.
Nos resulta tan desagradable cuando las personas hablan mal de nosotras, que el enfado, el disgusto y la desaprobación invaden nuestra mente y, por naturaleza, albergamos un sentimiento que enferma el alma.
Hay que tomar en cuenta que lo que se dice de nosotras solo tiene dos opciones: ser verdad o ser mentira. Si es verdad, tenemos dos opciones:
- Hacernos las víctimas y no reconocer, por orgullo, que aquel comentario que tanto nos ofende es verdad y, por lo tanto, seguiremos en el error.
- Reconocer, con humildad que estamos actuando mal y, con oración, corregir nuestro comportamiento. Dios nos ha dado el raciocinio y con ello la capacidad de distinguir entre lo bueno y lo malo, solo es cuestión de aceptarlo.
Pero si es mentira lo que circula, también hay dos opciones:
- Sentirnos heridas y devolver con la misma moneda.
- Aunque duela y cause indignación, seguir el consejo bíblico y no darle mayor importancia. Después de todo, confiamos en que Dios es justo y él hace que toda verdad salga a la luz. Te lo digo con toda certeza.
Cuando el Espíritu Santo habita en nuestro corazón, difícilmente saldrán críticas que destruyan a otras personas por la cuales Jesús también murió.
Querida amiga, no permitas que tu corazón se fije en todo lo que se dice de ti. Cada uno tiene una perspectiva distinta de tu persona. Sin embargo, tú procura agradar solo a Dios en todo lo que hagas, preocúpate más por saber qué opina él de ti y elige no ser tú quien hable mal de otros. Vive con una conciencia limpia y no dejes que tu corazón se llene de basura.