Una oración muda
Todos se llenaron de temor y alababan a Dios. “Ha surgido entre nosotros un gran profeta —decían—. Dios ha venido en ayuda de su pueblo”. Lucas 7:16, NVI.
Naín estaba situada cerca de un cementerio. Cuando Jesús entró a la ciudad, vio un féretro de lejos, el funeral del único hijo de una viuda. Se encontró cara a cara con la muerte, y triunfó sobre ella. La muerte del único hijo de una viuda era muy trágica. A las mujeres no se les permitía hacer transacciones sino por medio del padre, el esposo o el hijo. El futuro de aquella mujer era funesto: sería destituida de sus bienes y reducida a pordiosera. Conmovido por la tragedia, el pueblo la acompañó al cementerio. Tal simpatía hizo eco en el Dador de la vida (ver 5CBA, p. 738).
Es probable que Jesús haya resucitado a muchas personas, pero solo se registran tres resurrecciones: la de una niña, un joven y un adulto, representando ambos géneros y tres etapas básicas del desarrollo. La niña estaba recién muerta; el hijo de la viuda iba camino al cementerio; y Lázaro ya tenía varios días muerto. No importa cuánto tiempo llevas muerta espiritualmente, Dios tiene poder para levantarte.
La viuda no oró, no buscó a Jesús, no sabía que estaba cerca. Jesús la vio, vino a ella, se compadeció de su dolor y habló al joven muerto. Fue a Naín exclusivamente a resucitar a aquel hijo único.
Jesús sigue contestando oraciones mudas. Ve tus lágrimas y hace milagros. Nos devuelve lo que hemos perdido, ya sea el empleo, la salud, la reputación o la paz. Jesús era el único que podía impedir las lágrimas de la viuda, por eso le dijo: “No llores” (Luc. 7:13). Primero la consoló y luego hizo el milagro. Al hijo le ordenó: “Levántate”, y lo entregó a su madre llorosa (vers. 15). Tal acto dejó asombrada a la multitud: temieron y glorificaron a Dios (vers. 16). Cada encuentro con la divinidad produce un temor que lleva a la alabanza:
El que estuvo al lado de la apenada madre a las puertas de Naín, vela con todo enlutado al lado del ataúd. Se conmueve de simpatía por nuestro pesar. Su corazón, que se compadeció y amó, es un corazón de invariable ternura. Su palabra, que resucitó a los muertos, no es menos eficaz ahora que cuando se dirigió al joven de Naín. Él dice: “Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra” (Mat. 28:18). Ese poder no ha disminuido por el transcurso de los años, ni agotado por la incesante actividad de su rebosante gracia (DTG, p. 286).
Nuestro Dios es maravilloso y su poder no ha disminuido