Porque los niños lo notan
“Es más fácil luchar por unos principios que vivir de acuerdo a ellos”. Alfred Adler
Cuando veo a un adulto cristiano (a veces incluso un dirigente de la iglesia) hacer o decir algo antibíblico como mentir o manifestar envidia, me pregunto: ¿Será que enseña a sus hijos a ser así? Me llama la atención pensar que se comporta contrariamente a la conducta que espera ver en sus niños. Creer que con palabras que contradicen nuestros hechos podemos inspirar a los pequeños a ser personas de bien, sencillamente no funciona. Tener coherencia es indispensable. Y Dios nos promete: “Haré que haya coherencia entre su pensamiento y su conducta, a fin de que siempre me teman, para su propio bien y el de sus hijos” (Jer. 32:39, NVI).
Cuenta la oradora y experta en educación Patricia Fripp107 que, en una ocasión, un amigo suyo llevó a sus hijos a jugar al minigolf y, al llegar a la taquilla, preguntó:
—¿Cuánto cuesta la entrada?
—Diez dólares por cada adulto y cinco por cada niño de siete años en adelante. Los de seis años para abajo no pagan. ¿Cuántos años tienen sus hijos?
—El pequeño tiene tres y el mayor, siete, así que son quince dólares.
—¿Sabe, señor? —comentó el hombre tras la ventanilla—, pudo haberse ahorrado cinco dólares si me hubiera dicho que el mayor tiene seis años; yo nunca hubiera sabido que tiene siete.
—Usted no —respondió el padre—, pero mis hijos sí lo saben.
Y si los niños lo saben, ¿qué sentido tendría decir lo que no es? Ciertamente, un sentido completamente antididáctico.
Es verdad que como seres humanos todos caemos en contradicciones, yo la primera; es nuestra naturaleza, de la cual el mismo apóstol Pablo nos habla: “Sé que en mí, es decir, en mi naturaleza débil, no reside el bien; pues aunque tengo el deseo de hacer lo bueno, no soy capaz de hacerlo. No hago lo bueno que quiero hacer, sino lo malo que no quiero hacer” (Rom. 7:18, 19). Por eso la fe en el poder de Dios es tan importante, porque es él quien produce tanto el querer como el hacer por su buena voluntad (Fil. 2:13). ¿Qué tal si pedimos que haga realidad esta promesa en nuestra vida?
Señor, pon coherencia entre lo que pienso y lo que hago, por el bien de mis hijos y a fin de que todos en mi hogar te respetemos siempre.
Amén.
“Haré que haya coherencia entre su pensamiento y su conducta, a fin de que siempre me teman, para su propio bien y el de sus hijos” (Jer. 32:39, NVI).
107 Patricia Fripp, Sopa de pollo para el alma (Deerfield Beach, Florida: HCI, 1995), p. 101.