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«Ve y reúne a todos los judíos que están en Susa y hagan ayuno por mí. No coman ni beban durante tres días, ni de noche ni de día; mis doncellas y yo haremos lo mismo. Entonces, aunque es contra la ley, entraré a ver al rey. Si tengo que morir, moriré» (Ester 4:16).
Mucho hemos resaltado la virtud de la valentía en la reina Ester. Hoy, resaltaremos otra que es igual de importante: la humildad. La razón por la que el Señor la había puesto en el reino, había llegado. Ella meditó bien en lo que debía hacer y entonces mandó a su pueblo a clamar al único Dios que podía librarlos. Ester sabía que era hermosa, también sabía que el rey la amaba y por eso le había puesto la corona. Ester sabía que en ese momento ella era la mujer más poderosa del imperio y que, si quería, podía lograr que el rey la complaciera en cualquiera que fuera su pedido, pero no hizo uso de su alta posición ni de su renombre, ni de su astucia, ni de su belleza y, puestos los pies en la tierra, pudo salvar a su pueblo.
Cuando reconocemos que el poder viene del cielo y no de nuestras propias fuerzas, el éxito está asegurado. La dependencia de Dios es un contrato que no falla, pero se necesita humildad para conservarlo. Dios permite que lleguemos a escalar posiciones altas entre los humanos y allí prueba los corazones. Algunos que llegan a la cima del éxito son puestos de nuevo en las faldas de la montaña para aprender lecciones de humildad.
La humildad conlleva sacrificio y ofrece un servicio desinteresado. «Si tengo que morir, moriré», dijo la reina dispuesta a dar la vida por su pueblo. No estaba pensando que por ser la reina sería la única judía que no sufriría, sino que condescendió con su pueblo y con el poder del cielo, abogó por ellos.
«En todos los siglos las riquezas y el honor han llevado aparejado mucho peligro para la humildad y la espiritualidad. Cuando un hombre prospera y todos hablan bien de él, es cuando corre especialmente peligro. El hombre es humano. La prosperidad espiritual continúa tan solo mientras el hombre depende plenamente de Dios para obtener sabiduría y perfección de carácter».
La buena noticia es que con la dependencia sincera de Dios, la humildad viene por añadidura.