El galardón final
Y se airaron las naciones, y tu ira ha venido, y el tiempo de juzgar a los muertos, y de dar el galardón a tus siervos los profetas, a los santos, y a los que temen tu nombre, a los pequeños y a los grandes, y de destruir a los que destruyen la tierra. Apocalipsis 11:18.
El capítulo 11 de Apocalipsis resume el conflicto entre el bien y el mal, y hace un contraste entre la ira de las naciones y la ira de Dios. Las naciones se llenan de ira entre ellas, contra Dios y contra su pueblo. El odio se posesionará de los impíos antes de la venida de Cristo; se volverán intolerantes y vengativos. Esta ira contrasta con la ira de Dios, quien no tolerará la maldad, y destruirá a quienes destruyen la tierra. Su ira se manifestará mediante las siete últimas plagas, y en el juicio final que sucederá después de mil años de felicidad para los redimidos en el cielo.
Cuando los santos volvamos a la tierra, los impíos resucitarán e intentarán destruir la ciudad de Dios, pero fracasarán. Los fieles seremos premiados con el galardón más preciado: la vida eterna con Jesús. Dios hará justicia sobre los impíos, que parecían triunfar cuando sus fieles sufrían, eran perseguidos y les iba mal. Los impíos serán destruidos como estopa. Ese día de recompensa final llegará, y los galardonados serán los que temen a Dios.
Vive cada día enfocada en ese momento glorioso. No te desalientes, aguarda el gran desenlace:
He visto el tierno amor de Dios por su pueblo, y es muy grande. Vi a ángeles sobre los santos con sus alas extendidas alrededor de ellos. Cada santo tenía un ángel custodio. Si los santos lloraban por causa del desánimo o estaban en peligro, los ángeles, que sin cesar los asistían, volaban con presteza a llevar la noticia, y los ángeles de la ciudad cesaban de cantar. Entonces Jesús comisionaba a otro ángel para que bajase a alentarlos, vigilarlos y tratara de evitar que se salieran del sendero estrecho; pero si los santos desdeñaban el cuidado vigilante de esos ángeles, no querían ser consolados por ellos y continuaban yendo por el mal camino, los ángeles se entristecían y lloraban. Llevaban allá arriba la noticia, y todos los ángeles de la ciudad se echaban a llorar y en alta voz decían: “Amén”. Pero si los santos fijaban sus ojos en el premio que los aguardaba y glorificaban a Dios alabándolo, entonces los ángeles llevaban a la ciudad la grata nueva, y los ángeles de la ciudad tañían sus arpas de oro y cantaban en alta voz: “¡Aleluya!”, y las bóvedas celestes resonaban con sus hermosos cánticos (PE, p. 69).