Nuestra fe
“El error opuesto, y no menos peligroso, consiste en sostener que la fe en Cristo nos exime de guardar la ley de Dios”. Elena de White
Siendo que nuestras obras no pueden ponernos en armonía con Dios, confiar en ellas para lograr estar a bien con el Señor es un error del que tenemos que guardarnos. ¿Por qué? Porque esas obras nacen de un motivo egoísta. La armonía con Dios parte, precisamente, de lo contrario: de reconocer nuestro egoísmo, dejarlo a un lado admitiendo que no hay nada que podamos hacer para lograr la salvación, y acudir a Dios como somos, con fe. Ahora bien, hemos de tener cuidado de no caer en el error opuesto. “El error opuesto y no menos peligroso es que creer en Cristo nos exime de guardar la Ley de Dios; que, puesto que solo mediante la fe llegamos a ser participantes de la gracia de Cristo, nuestras obras no tienen ninguna conexión con nuestra redención” (Elena de White, El camino a Cristo, p. 59).
Por supuesto que tienen algo que ver, pero no cuando nacen de nuestro deseo de hacer algo por ganarnos el favor de Dios, sino cuando nacen del amor que genera en nosotras ese amor inmerecido.
La obediencia a la ley como mero cumplimiento externo que nos hace creernos “buenas” es inútil; en cambio, “cuando el principio del amor está implantado en el corazón, cuando el hombre se renueva conforme a la imagen de su Creador, se cumple la promesa del Nuevo Pacto: ‘Pondré mis leyes en sus corazones y las grabaré en sus mentes’ (Heb. 10:16). […] La obediencia –el servicio y la lealtad por amor– es la verdadera señal del discipulado. Por eso, la Escritura dice: ‘En esto consiste el amor de Dios: en que guardemos sus mandamientos’ (1 Juan 5:3). […] En vez de eximir al hombre de obedecer, la fe –y solo la fe– lo hace participante de la gracia de Cristo, la cual nos capacita para rendirle obediencia” (ibíd., p. 60).
La obediencia no es la semilla, la semilla es la fe; la obediencia es el fruto de esa fe. “Si el amor de Dios está en nosotros, nuestros sentimientos, pensamientos, propósitos y acciones, estarán en armonía con la voluntad de Dios, tal como se expresa en los preceptos de su santa ley” (ibíd., p. 61).
“Si alguno dice: “Yo lo conozco”, y no obedece sus mandamientos, es un mentiroso y no hay verdad en él” (1 Juan 2:4).