Profecías autocumplidas
“Bástale a cada día su afán”. Jesús
Un biólogo marino llevó a cabo un experimento que consistió en lo siguiente: colocó a un tiburón en un gran tanque y liberó muchos peces de carnada dentro del tanque. Como era de esperar, el tiburón rápidamente atacó y se comió los peces. Entonces, el biólogo insertó dentro del tanque un panel divisorio de fibra de vidrio transparente y soltó otra carnada. Una vez más, el tiburón atacó, pero se estrelló contra el panel. Siguió atacando una y otra vez, pero sin éxito. Una hora después, el tiburón se rindió.
Este experimento se repitió durante semanas, y cada vez el tiburón fue haciendo menos intentos por comerse los peces, hasta que finalmente se cansó de darse golpes una y otra vez contra el vidrio y dejó de atacar. Fue ahí cuando el biólogo retiró la división. A pesar de ello, el tiburón nunca volvió a atacar, porque creía que existía una barrera entre él y los peces, aunque ya no era el caso. A veces nosotras, tras experimentar reveses y fracasos, nos damos por vencidas creyendo que, porque no logramos algo en determinadas ocasiones, nunca lo lograremos. Seguimos viendo una barrera en nuestra cabeza que ya no existe en la realidad. A esto es a lo que los psicólogos llaman “sobregeneralización”, una distorsión cognitiva que consiste en sacar conclusiones generales por casos aislados.
Pensamientos del tipo “mi esposo me dejó, ningún hombre me querrá”; “no me eligieron para este empleo, nunca conseguiré empleo”; “mi mejor amiga me traicionó, ya no puedo confiar en nadie” son una manera de cerrarnos puertas que no están cerradas realmente, con lo cual negamos la eficacia del poder de Dios, que siempre está a nuestra disposición. Esta manera de pensar es algo así como profecías autocumplidas, solo que la profetisa es una misma; no es la verdad hablándonos, y mucho menos la voz de Dios. De hecho, es tomarnos una prerrogativa que solo le corresponde a él, pues ¿quién soy yo para decir que otro nunca va a cambiar, o que algo nunca podrá ser de otra manera que como es ahora? Si lo analizas bien, verás que es una forma de orgullo, de darte un lugar que no te corresponde, y te aleja de la esperanza y la humildad a las que el evangelio nos invita.
Espera en Dios. Confía en él. Bástale a cada día su afán. No permitas que tu pasado determine tu presente. Dejaque el poder de Dios actúe cada día.
“Gloria sea a Dios, que puede hacer muchísimo más de lo que nosotros pedimos o pensamos, gracias a su poder que actúa en nosotros” (Efe. 3:20).