Promesas condicionales
Así que, amados, puesto que tenemos tales promesas, limpiémonos de toda contaminación de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios. 2 Corintios 7:1.
Los corintios necesitaban una genuina relación con Dios para contrarrestar su amor por el mundo. Pablo les mostró el contraste entre la justicia y la injusticia, la luz y las tinieblas, Cristo y Belial, el creyente y el incrédulo (2 Cor. 7:14, 15). Los motivó a buscar la santidad y a evitar alianzas con los incrédulos que pusieran en riesgo su fe. Que la iglesia vaya al mundo, pero que el mundo no entre en la iglesia. Un barco no se hunde cuando está en el agua, sino cuando el agua entra en él. Pablo animó a los corintios a esperar en dos promesas de Dios: la promesa de recibirnos, y la de adoptarnos como hijos (2 Cor. 6:17). “Yo seré un padre para ustedes, y ustedes serán mis hijos y mis hijas, dice el Señor Todopoderoso” (2 Cor. 6:18, NVI).
Dios cumple sus promesas, pues no es hombre para arrepentirse (1 Sam. 15:29). Pero hay condiciones para recibirlas: “Por lo cual, salid de en medio de ellos, y apartaos, dice el Señor, y no toquéis lo inmundo; y yo os recibiré” (2 Cor. 6:17). Apartarse incluye dar la espalda al pecado, buscar a Dios, entrenar la mente para que piense lo que es puro, vigilar los sentidos, eliminar lo que invite a la lujuria, y alimentar los sentidos con lo que agrada a Dios. El versículo de hoy enfatiza el perfeccionamiento de la santidad en el temor de Dios. La santidad es una condición para recibir las promesas de Dios y también para verlo: “Seguid la paz con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor” (Heb. 12:14). La santidad también es una promesa: “Seréis, pues, santo, porque yo soy santo” (Lev. 11:45).
La verdadera santificación tiene lugar en la vida del creyente que siempre está consciente de que se encuentra en la presencia de Dios. Una santa reverencia ante Dios es esencial para la perfección de la santidad. El estar consciente de la presencia divina induce a la verdadera reverencia. Cuando el ojo de la fe contempla a Dios, se produce en el alma un intenso odio por el pecado y un ferviente deseo de rectitud. Temer a Jehová significa vivir cada momento bajo el ojo paternal de un Dios santo. El temor de Jehová es la base del culto, la obediencia y el servicio santo (6CBA, p. 877).
La “temperatura” de tu santidad se mide por tu temor a Dios.