
Corazón de Tambora
“Desecha la ira y el enojo; No te alteres, que eso empeora las cosas” (Salmos 37:8).
El corazón del Tambora era muy profundo, nadie conocía lo que albergaba en el fondo de su ser. Durante muchos años, en silencio, producía lo que más tarde sería una de las peores tragedias de la historia. Era la tarde del 5 de abril de 1815 cuando un estruendo alertó a la población de la isla de Sumbawa, Indonesia, y se extendió hasta mil kilómetros más de distancia. Había comenzado su furia. Sus cenizas se esparcieron por la atmósfera y continuó haciendo erupción por cinco días más hasta que el 10 de abril terminó por arrojar a 150 kilómetros de distancia rocas y cenizas, siendo este el peor de los días. La lava ardiente, cual río, arrastró hacia el mar a las poblaciones más cercanas destruyendo cuanto había en su paso. Era su naturaleza explotar y matar. Sus alcances mortales continuaron por mucho tiempo. Debido a la erupción, los tsunamis que provocó y las hambrunas de los años siguientes, se estima que más de setenta mil personas murieron por el corazón ardiente del Tambora.
En algunos corazones hierve, cual lava dispuesta a explotar, el enojo. Basta una palabra que les parezca ofensiva, una mirada o un acto desaprobado para abrir los labios y hacer erupción como un volcán. Los daños ocasionados por las personas enojadas son de un alcance inimaginable. Se terminan relaciones, se acaban amistades, se pierden empleos y, en el caso más extremo, se pierden vidas debido a un mal manejo de la ira. Cuando el daño está hecho, no hay vuelta atrás.
¿Qué tan rápido te enojas? ¿Cómo manejas ese momento? El consejo bíblico afirma que empeoramos las cosas cuando nos enojamos y, ya sea que hayamos sido espectadoras o protagonistas, sabemos que ese texto es verdad. La ira no trae nada bueno.
¿Qué guardas en tu corazón? En un momento crítico y de prueba, sencillamente sacamos lo que tenemos dentro. La buena noticia es que mientras más tiempo pasemos a solas con Jesús, mientras más anhelemos parecernos a él, mientras alberguemos en nuestro corazón actitudes positivas, el enojo y la ira se alejarán de nuestras vidas. El resultado es que, cuando estemos sometidas a una situación que amerite el enojo, en vez de explotar como el corazón de Tambora, actuaremos como el corazón de Jesús.