Yo estoy contigo
No temas, estoy contigo. Yo soy tu Dios, no tengas miedo. Te fortaleceré, sí, te ayudaré. Te salvaré con mi mano victoriosa. Isaías 41:10, PDT.
Entre las razones por las que los judíos debían depositar su confianza en la promesa de liberación se encontraba el hecho de que Dios levantaría un libertador, Ciro el Grande, noble, sabio, generoso y humano. Dios puede usar a reyes paganos para proteger y cuidar a su pueblo, porque Dios controla todos los imperios del mundo. Dio el nombre del libertador muchos años antes de que fueran cautivos, así como el plan de salvación fue establecido antes del pecado.
A pesar de que Lidia, Babilonia y Egipto se unieron, no pudieron derrocar a Ciro, porque había sido llamado por Dios para cumplir tal responsabilidad. Cuando Dios decreta tu liberación, no hay poder que pueda estropearlo; los propósitos divinos se cumplirán en tu vida como se cumplieron en la vida de aquellos cautivos judíos. Tal como Dios eligió al pueblo israelita sin que lo mereciera, te ha elegido a ti. El pueblo de Israel falló cientos de veces y fue disciplinado, pero jamás olvidado por Dios. Ese Dios está contigo siempre, en la tentación y en la prueba. “El corazón lleno de amor infinito se conduele de aquellos que se sienten imposibilitados para librarse de las trampas de Satanás; y se ofrece misericordiosamente para fortalecerlos con el fin de que puedan vivir para él” (PR, p. 235).
Cuando el miedo toque a la puerta, no lo invites a pasar. Pídele a Jesús que se encargue de él. En tiempos de Isaías había innumerables motivos para temer: el reino del norte había sido eliminado por completo, y parecía que Judá no podría subsistir durante mucho tiempo. Por eso el libro de Isaías contiene tantos llamados a no tener miedo.
Nunca es tan amada de su Salvador el alma combatida por las tormentas de la prueba como cuando padece afrenta por la verdad. “Yo le amaré, y me manifestaré a él”, dijo Cristo (Juan 14:21). Cuando el creyente se sienta en el banquillo de los acusados ante los tribunales terrenales por causa de la verdad, está Cristo a su lado. Cuando se ve recluido entre las paredes de una cárcel, Cristo se le manifiesta y le consuela con su amor. Cuando padece la muerte por causa de Cristo, el Salvador le dice: Podrán matar el cuerpo, pero no podrán dañar el alma. “Confíen, yo he vencido al mundo” (Juan 16:33) (HAp, pp. 71, 72).
¡No se trata de quién eres, sino de quién va contigo!