No dejes de asombrarte
“¡Jehová, Señor nuestro, cuán grande es tu nombre en toda la tierra! ¡Has puesto tu gloria sobre los cielos!” (Sal. 8:1, RVR 95).
Después de cada atardecer se esparcen en el cielo; lo hacen sin orden, pero en perfecta armonía. En su incansable titilar, parecen niños jugando en el firmamento. Es un espectáculo que se repite cada crepúsculo frente a mis ojos, pero solo hoy, cuando las circunstancias me hacían mirar al cielo buscando a Dios, pude admirarlas. Las estrellas del firmamento… ¡qué clase de belleza! Gracias, Señor. Cuando lo cotidiano se transforma en monotonía y lo bello que sucede frente a nuestros ojos pasa desapercibido, estamos en peligro de perder uno de los dones más grandes que Dios nos ha dado; esto es, la capacidad de asombro.
La capacidad de asombro es la que nos permite reconocer la majestuosidad de la obra creadora de Dios como si la viéramos, cada vez, por primera vez. Frente a esa majestuosidad de la creación, y atónito, el cantor de Israel declaró: “¡Jehová, Señor nuestro, cuán grande es tu nombre en toda la tierra! ¡Has puesto tu gloria sobre los cielos!” (Sal. 8:1, RVR 95). ¿Cómo reaccionamos nosotras ante las manifestaciones cotidianas del amor de Dios?
Es importante que no perdamos la capacidad de asombro, porque está muy relacionada con el sentido de plenitud y con nuestro disfrute de la vida. Por eso, renovémosla cada amanecer y cada anochecer. Cuando así lo hacemos, nos sensibilizamos más y más con lo que nos rodea, y nos resulta más natural reconocer reverentemente la soberanía de Dios. Cuando nuestra soberbia mengua y nos revestimos de humildad, es cuando llegamos a exclamar: “Es mejor confiar en el Señor que confiar en el hombre. Es mejor confiar en el Señor que confiar en grandes hombres” (Sal. 118:8, 9).
Si continuamos imbuidas en un ambiente artificial, donde la voz de Dios que nos habla a través de la creación es apenas perceptible, corremos el riesgo de perder la conexión con lo celestial y de volvernos frías, egoístas e insensibles. Es entonces cuando lo mundanal nos absorbe y dejamos de depender de Dios para sostenernos en las cosas terrenales, haciendo que la existencia se vuelva tan frágil como lo son las posesiones materiales.
Hoy, antes de comenzar tu trajín diario, sumérgete en la contemplación del firmamento, disfruta de los ruidos de la naturaleza y vuelve a tu origen: tú misma eres parte de esa creación y, si él tiene cuidado de las aves, también lo tendrá de ti.