Matutina para Mujeres | Sábado 19 de Octubre de 2024 | Alégrate

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Alégrate

“Alégrense siempre en el Señor. Insisto: ¡Alégrense!”. El apóstol Pablo

El Desastre del 98 (así es conocido en España el año en que perdió su hegemonía sobre la isla de Cuba) supuso un desgarro para la sociedad española. Sumergido el país en plena crisis, el arte plasmó la realidad que se estaba viviendo. Pero entre los pintores españoles de la época, había uno diferente: Joaquín Sorolla, el pintor de la luz. Luminosidad, optimismo, alegría, eso era lo que plasmaban sus obras; y por eso se granjeó el rechazo de intelectuales como Unamuno o Valle-Inclán, que no podían comprender la actitud de Sorolla ante la realidad triste y oscura que se vivía. Según ellos, debía plasmar el pesimismo vital de toda una sociedad. Para estos dos escritores de la Generación del 98, el esplendor, la ilusión y la alegría de los cuadros de Sorolla denotaban frivolidad y superficialidad.

Esta es una manera generalizada de pensar en el siglo XXI. Parece que el mundo complicado que hemos heredado nos llama al pesimismo, por lo que también se consideran frívolas y superficiales a las personas que se empeñan en mostrar su lado más luminoso, alegre y optimista. Si has caído en la trampa de renunciar a la alegría, estoy aquí para reivindicarla. Porque la alegría de la mujer cristiana no es frívola ni superficial; es profunda y significativa, pues se basa en:

  • La esperanza: “Vivan alegres por la esperanza que tienen” (Rom. 12:12).
  • El amor y la fe: “Ustedes aman a Jesucristo, aunque no lo han visto; y ahora, creyendo en él sin haberlo visto, se alegran con una alegría tan grande y gloriosa que no pueden expresarla con palabras” (1 Ped. 1:8, 9).
  • El consuelo que recibimos de Dios: “En medio de las preocupaciones que se agolpan en mi mente, tú me das consuelo y alegría” (Sal. 94:19).
  • La solidaridad y la conexión humanas: “Alégrense con los que están alegres; lloren con los que lloran” (Rom. 12:15, NVI).
  • Saber que Dios interviene en nuestra vida: “Este es el día en que el Señor actuó; regocijémonos y alegrémonos en él” (Sal. 118:24, NVI).
  • Saber que Dios está presente: “Me llenarás de alegría en tu presencia” (Sal. 16:11, NVI).

La alegría es un fruto del Espíritu (Gál. 5:22, 23) que no nos hemos de cansar de cultivar, potenciar y demostrar cada día y en todas partes.

“Estén siempre alegres, oren sin cesar, den gracias a Dios en toda situación, porque esta es su voluntad para ustedes en Cristo Jesús” (1 Tes. 5:16-18, NVI).

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