Una comparación injusta
“¿Quién no te temerá, oh Rey de las naciones? Porque a ti es debido el temor; porque entre todos los sabios de las naciones y en todos sus reinos, no hay semejante a ti”. Jeremías 10:7.
El pueblo se degradó al extremo de rebajar al Dios supremo, Creador y Redentor al nivel de los ídolos. Aún existen necios que se igualan con la divinidad. Dios no discute con necios, pero los labios que pronuncian palabras semejantes, quedarán mudos para siempre.
Dios no se parece a nosotros ni nosotros a él, afirma Jeremías. Aunque elemental, es indispensable reconocer esto para comprender el temor de Dios. Calvino dijo que la verdadera sabiduría consiste en conocer a Dios y conocernos nosotros. Ambos conocimientos están interconectados: la correcta visión de uno dará una correcta visión del otro. Todo se extingue bajo el peso de su majestad; desafortunadamente, algunos ponen a Dios al nivel de un muchacho de mandados. Jesús es el Amigo de los pecadores, pero también es el Señor Todopoderoso que descendió del cielo, donde recibía toda honra, gloria y majestad, para traer su gracia a un pueblo pecador.9
La expresión “Rey de las naciones” es una declaración de la soberanía de Dios. Jehová es mucho más que Dios de los judíos, es el Todopoderoso, Dios del universo. “Porque de Jehová es el reino, y él regirá las naciones” (Sal. 22:28). Merece toda reverencia, honor, gloria y alabanza. Sus atributos son absolutos: magnificente (Juan 1:3), eterno (Sal. 90:2), inmutable (Mal. 3:6) y omnipresente (Sal. 139:7-12).
El hombre no puede encontrar a Dios mediante la investigación. Nadie intente con mano presuntuosa alzar el velo que oculta su gloria. “¡Cuán incomprensibles son sus juicios, e inescrutables sus caminos!” (Rom. 11:33). Prueba de su misericordia es el hecho de que su poder quede oculto, pues alzar el velo que esconde la divina presencia acarrea la muerte. Ninguna inteligencia mortal puede penetrar el secreto en que el Todopoderoso reside y obra. No podemos comprender de él sino lo que él mismo cree conveniente revelarnos. La razón debe reconocer una autoridad superior a ella misma. El corazón y la inteligencia deben inclinarse ante el gran Yo Soy (MC, p. 345).
Conocerlo es amarlo, y también reverenciarlo.
9 Ver Chris Poblete, The Two Fears: Tremble before God Alone (Mission Viejo, California: Cruciform Press, 2012), pp. 18, 19.