El dolor pasa, los recuerdos permanecen
“Nadie puede decir que sabe mucho sobre la vida, si su sabiduría no incluye una relación con la muerte”. Elie Wiesel
En su libro Aprendiendo a decir adiós, Marcelo Rittner plantea una pregunta muy interesante: “Si un ángel viniera a nosotros durante nuestro más profundo dolor por la pérdida de un ser querido, y nos ofreciera quitarnos toda la pena y el duelo, pero también todos nuestros recuerdos de los años y las experiencias que compartimos, ¿aceptaríamos el trato? ¿O consideraríamos esos recuerdos como algo tan preciado, tan infinitamente querido, que rechazaríamos comprar el consuelo inmediato cediéndolos?”.115
Ciertamente, nada vuelve a ser como antes tras la pérdida de un ser querido: el tiempo se detiene, el silencio lo invade todo, la tristeza nos abate y las palabras de consuelo que la gente nos dice no logran tocar una fibra sensible en nuestro ser. Cuesta aceptar el resto de vida que aún tenemos por delante y creer que algún día podremos reírnos nuevamente, sentirnos plenas teniendo un asiento vacío a nuestro lado. La esperanza se nos vuelve esquiva. ¿Cuánto tiempo tardará en sanar esa herida? Es impredecible; meses, quizá años. Pero las cosas importantes de la vida se cocinan a fuego lento; no hay prisa. No tengas prisa. El dolor forma parte de la vida, permítete sentirlo sin anestesiarte.
El dolor de la pérdida es tan real e intenso que te da la sensación de que durará para siempre… pero no será así. Con el tiempo podrás recuperar la sonrisa, y los recuerdos permanecerán intactos, embelleciendo tu vida. Además, con la experiencia del duelo, tu visión espiritual se agudizará; tu capacidad de amar, de sentir compasión, de vivir en el ahora y de encontrarle propósito al día de hoy, aumentará. Como escribe Stephanie Ericsson: “El dolor hará de ti una persona nueva”, más sensible, más profunda y más sabia. Porque “nadie puede decir que sabe mucho sobre la vida, si su sabiduría no incluye una relación con la muerte”.
El duelo es un camino que transitas, no un pozo en el que has caído y del que nunca más podrás salir. Cada persona camina ese dolor de manera distinta, pero hay una cosa que es igual: no somos las mismas antes y después del dolor de una pérdida. Esto tiene un lado bueno, y es que las personas en que nos convertimos tras el dolor de la muerte de un ser querido tenemos una perspectiva mucho más madura de la vida. Transitar el dolor nos transforma a nosotras para que nosotras podamos transformar y acompañar a otros en sus sufrimientos.
Amiga, estamos aquí para entregarnos al máximo y después descansar, hasta que Cristo vuelva. Y mientras tanto, él está cerca de los que tenemos roto el corazón.
“Cercano está el Señor para salvar a los que tienen roto el corazón” (Sal. 34:18, RVC).
115 Marcelo Rittner, Aprendiendo a decir adiós, México D. F.: Debolsillo, 2008, p. 51.