La misión
Pero no tengan miedo, porque pronto llegará la hora de la verdad y no habrá secreto que no se descubra. Mateo 10:26, NBV.
Mateo capítulo 10 contiene el segundo más largo de todos los sermones de Jesús registrados por Mateo: las instrucciones a los doce cuando los envió a predicar. Puede dividirse en tres partes: (1) la necesidad de salir a compartir las buenas nuevas; (2) los requisitos: viajar en parejas, no llevar carga, depender de la hospitalidad y no quedarse demasiado tiempo; (3) y la hostilidad que encontrarían en su misión. Los animó a temer solamente a Dios y les encomendó: “No tengan miedo”.
El miedo tiene más preguntas que respuestas. ¿Y si nadie me escucha? ¿Y si fallo? ¿Y si no les caigo bien? ¿Y si no sé responder algo que me pregunten? ¿Y si me encuentro con alguien que conoce mi pasado? ¿Y si me rechazan? La mejor manera de saber la respuesta es salir y cumplir el cometido. Ocuparse es mejor que preocuparse.
Haz una lista de tus miedos, sal a cumplir tu misión y confirma cuáles de tus temores se convierten en realidad. Podrías sorprenderte. Dios mostrará que es suficiente. Jesús promete que toda maldad en contra nuestra saldrá, tarde o temprano, a la luz. “[Ustedes] son puestos como centinelas, para advertir a los hombres de su peligro. La verdad recibida de Cristo debe ser impartida a todos, libre y abiertamente” (DTG, p. 322). Algunos prefieren transigir que mantener los principios.
Jesús mismo nunca compró la paz por medio de la transigencia. Su corazón rebosaba de amor por toda la familia humana, pero nunca fue indulgente con sus pecados. Amaba demasiado a los seres humanos para guardar silencio mientras éstos seguían una conducta funesta para su alma; el alma que él había comprado con su propia sangre. Él trabajaba para que el hombre fuese fiel a sí mismo, fiel a su más elevado y eterno interés. Los siervos de Cristo son llamados a hacer la misma obra, y deben velar, no sea que, al tratar de evitar la discordia, renuncien a la verdad. Han de seguir “lo que contribuye a la paz”, pero la paz verdadera jamás puede obtenerse poniendo en peligro los principios. Y ningún hombre puede ser fiel a los principios sin incitar la oposición (ibíd.).
Pídele a Dios coraje para decir a todos que su venida está cerca, y que te lleve a donde están las personas esperando una palabra de ánimo.