Ese día fue la última vez
“Los hijos que nos nacen son ricas bendiciones del Señor” (Sal. 127:3).
El rincón infantil es para muchos niños un momento especial del culto de adoración. Lo era también para mi nieta; cada vez que escuchaba la música que anunciaba ese momento, pedía a sus padres que la acompañaran hasta el estrado. Años después, cuando pudo caminar sola, se levantaba de su asiento y corría hacia la plataforma para disfrutar su momento especial. Nunca hubo necesidad de pedirle que lo hiciera. Sin embargo, un sábado, la rutina de once años llegó abruptamente a su fin. Al escuchar la música, ella decidió no acudir al llamado. Sus padres la miraron sin decir palabra; pero la fecha quedó escrita en la memoria de su padre: 17 de junio de 2017. ¿Qué pasó ese día? ¿Fue algo premeditado o espontáneo? Imposible saberlo; quizá ni ella misma lo sabe.
Es así de simple. Las personas crecemos, cambia nuestro concepto de nosotros mismos, se renuevan nuestras creencias… Nuestros comportamientos responden a un proceso interno de autoconciencia. A veces decimos que los hijos crecen muy rápido, y nos asustamos de sus cambios. En realidad, no es rápido. Lo que sucede es que, embelesadas como estamos en otros asuntos, no nos damos cuenta de lo que pasa frente a nuestros ojos.
Aquel 17 de junio, mi nieta dio un paso hacia adelante en su desarrollo, y sus padres aceptaron su decisión con respeto; y aunque yo, su “abue”, no le pregunté por qué, estoy segura de que iniciaba en ella el proceso de abandono de la infancia para adentrarse en el mundo maravilloso de la adolescencia.
Si eres madre, tienes una gran responsabilidad, que es a la vez un privilegio y un gozo. Los niños cantan, ríen, sueñan; contágiate de su naturaleza, de tal modo que ellos respondan con docilidad a tus requerimientos.
Recuerda que la frialdad, la indiferencia, la rudeza y la rigidez son contrarias a la personalidad infantil y te pondrán en una posición de lejanía respecto a la cercanía que Dios desea que haya entre ustedes.