Uno de los privilegios de ser cristiana
“Soy muchas cosas, pero ninguna de ellas me define”. Walt Whitman
El pasaje bíblico que utilizamos en la lectura de ayer, “no juzguéis, para que no seáis juzgados” (Mat. 7:1, RVR95), concluye con unas palabras de Jesús no menos cruciales: “Saca primero la viga de tu propio ojo, y entonces verás bien para sacar la paja del ojo de tu hermano” (vers. 5). Este es el aspecto más poderoso del hábito cristiano de no juzgar: te permite tener ese tipo de visión que ayuda al prójimo a quitar la paja de su ojo.
Yo entiendo este concepto de la siguiente manera: al no juzgar, es decir, al no reducir a otra persona a nuestro concepto de ella porque, al fin y al cabo, qué importancia podría tener eso en su caminar cristiano, sucede algo maravilloso y es que la otra persona se siente libre para ser quien es ante nosotras. Y en esa libertad, que es en realidad un apoyo, recibe la invitación a cambiar para mejorar.
Cuando alguien ve en ti un modo de vivir que no juzga a los demás, sino que intenta trabajarse a sí misma para parecerse a Jesús, se siente motivado a emprender ese mismo camino y libre para cometer los errores de la inmadurez espiritual. De ese modo, nuestra aceptación plena de quien la persona es y del momento de su vida en que se encuentra, es una semilla que le permite germinar, crecer y desarrollarse hasta llevar ese tipo de fruto que no es otra cosa que el fruto del Espíritu.
Amiga, eso es precisamente lo que hace Dios con nosotras: nos acepta como somos y nos perdona; y es en esa aceptación y ese perdón totales donde encontramos la semilla que nos permite germinar. ¿Robarás tú a otro ser humano la posibilidad de recibir esa semilla o serás, con tu actitud hacia el prójimo, esa sembradora que, sin fijarse en el tipo de terreno en el que siembra, simplemente hace el bien sin mirar a quién? Te aseguro que las dos respuestas posibles a esta pregunta llevan a vivir dos estilos de vida completamente diferentes; tanto, como diferentes son los frutos que se cosechan.
Sería interesante desarrollar ese tipo de visión que permita a Dios usarnos como instrumentos útiles en el desarrollo cristiano de las personas con las que nos relacionamos cada día. Si no desarrollamos esa visión, nos perdemos el privilegio de ayudar al prójimo a ver mejor también.
“Saca primero la viga de tu propio ojo, y entonces verás bien para sacar la paja del ojo de tu hermano” (Mat. 7:5, RVR95).