Malos espíritus
Esto se supo entre todos los judíos y griegos que vivían en Éfeso. A todos les dio miedo y empezaron a honrar el nombre del Señor Jesús. Hechos 19:17, PDT.
Cierta vez me invitaron a orar por una joven poseída por un mal espíritu. No sentí que era la persona indicada para ello, pero después de orar por la dirección divina, acordé ir. Al llegar, la joven me miró y dijo cosas ininteligibles. La invité a orar y se burló de mi miedo; la tomé de ambas manos, nos arrodillamos, y como me interrumpía, le apreté las manos firmemente, y exclamé: “¡Jesús, sálvala, libérala, límpiala, por tu sangre!” La joven se tranquilizó y se desplomó.
Pablo estaba en Éfeso predicando y haciendo milagros; aun su pañuelo o delantal de artesano eran colocados sobre los enfermos y sanaban. Éfeso era una ciudad reconocida por su afición a la magia, los encantamientos y la práctica del exorcismo. Dios llevó a cabo curaciones milagrosas para demostrar su poder sobre cualquier hechizo. Un grupo de exorcistas vieron en los milagros una oportunidad de ganar dinero. Querían usar la “fórmula de Pablo” y obtener los mismos resultados, así que invocaron el nombre de “Jesús, el que predica Pablo”, añadido a magia y ensalmos, para curar y expulsar malos espíritus (Hech. 19:13). Al enfrentarse con un fiero endemoniado, “respondiendo el espíritu malo, dijo: A Jesús conozco, y sé quién es Pablo; pero vosotros, ¿quiénes sois?” (vers. 15). Dios no responde a expresiones y oraciones usadas como formulas, sino a corazones genuinos que lo buscan con humildad. Los impostores fueron desenmascarados y burlados por el mismo mal espíritu, quien los atacó de manera salvaje y tuvieron que huir “desnudos y heridos” (vers. 16).
La noticia se esparció por todo Éfeso, y el temor cayó sobre todos, judíos y gentiles. El nombre de Jesús fue magnificado sobre cualquier nombre, y aprendieron a no usar su nombre livianamente. “De este modo se dio una prueba inequívoca de la santidad del nombre de Cristo, y el peligro a que se expone el que lo invoque sin fe en la divinidad de la misión del Salvador” (HAp, p. 236). Aun los conversos habían estado mezclando lo santo y lo profano, el cristianismo con la magia. Confesaron sus pecados, hubo un reavivamiento y una reforma, al grado que hicieron una fogata con los libros de magia que tenían escondidos.
No juegues con el poderoso y temible nombre de Dios. “Los que verdaderamente aman y sirven a Dios temerán descender al nivel del mundo escogiendo la sociedad de quienes no han entronizado a Cristo en su corazón” (MJ, p. 384).