Ana
“Llamar a las mujeres el sexo débil es una calumnia”. Gandhi
Hablábamos ayer de las pocas personas que tuvieron el discernimiento espiritual necesario para reconocer a Jesús cuando llegó a esta tierra como ser humano. Esas personas fueron unos sabios extranjeros, Simeón, Ana y un grupo de pastores que apacentaban sus rebaños. No es posible pasar por alto el hecho de que, entre esas personas, había una mujer a la que, además, la Biblia menciona por nombre.
Su nombre era Ana y apenas se le dedican tres versículos (Luc. 2:36-38), ¡pero qué versículos! Lo más relevante de ella es que era israelita, anciana (rondaba los cien años), viuda, servía en el templo y acostumbraba a ayunar y orar. Cuando vio a Jesús se dio cuenta de que era el Salvador, agradeció a Dios y comenzó a “hablar del niño Jesús a todos los que esperaban la liberación en Jerusalén”. Es en esta última parte donde quiero detenerme.
Ana fue de las primeras personas que predicó a Cristo. ¿No cabría esperar que esa misión tan importante de predicar al Mesías en la ciudad de Jerusalén hubiera recaído sobre algún líder destacado, como una autoridad de la sinagoga, un sacerdote o un maestro reconocido? ¿Hubieras delegado tú esa responsabilidad sobre una mujer de cien años en tiempos donde —perdóname pero es la verdad— la mujer no era valorada socialmente? Ya ves, Dios sí la delegó. ¿Casualidad? Claro que no. Estaba conectado al hecho de que Ana vivía una vida consagrada.
La mujer comprometida con Dios no vive una vida ociosa, vacía de contenido; no practica una religión mística desprovista de acción; no dice que orará por ti, sino que en silencio intercede diariamente en oración por tantas personas y situaciones que lo requieren… Una mujer así, aunque a primera vista no nos pueda parecer la mejor candidata para la misión, ciertamente lo es.
Mi querida amiga, si crees que por ser anciana ya no sirves para mucho, ya ves que no es así. Si crees que por ser mujer no tendrás ciertas oportunidades, estás juzgando mal la capacidad de Dios para abrir las puertas que él quiere que cruces. Si crees que por estar viuda tu vida está vacía, aún no has visto las muchas formas en que puedes contribuir a la humanidad.
Comienza a dar gracias a Dios y espera a que te indique lo que puedes hacer.
“Ana se presentó en aquel mismo momento, y comenzó a dar gracias a Dios y a hablar del niño Jesús a todos los que esperaban la liberación de Jerusalén” (Luc. 2:38).