Fe de verdad
Y el Dios de la esperanza os llene de todo gozo y paz en la fe, para que abundéis en esperanza por el poder del Espíritu Santo. Romanos 15:13.
Hoy, a cualquier cosa se le llama fe. Fe tiene aquel que cada semana se compra su boleto de lotería porque piensa que un número mágico lo hará millonario, resolviéndole todos los problemas de la vida. Una fe con muy escasa probabilidad matemática de enriquecerse que, si se concreta, suele dilapidarse en poco tiempo. Fe tiene aquel que pone todas sus expectativas en su equipo de fútbol o de baloncesto. Se siente abanderado de los éxitos de otros y vive la ilusión que solo se hace real en unos pocos. Fe tienen aquellos que depositan sus existencias en las cosas pensando que estos objetos los harán felices. Con el tiempo comprenden que las cosas son cosas y que la felicidad viene acompañada de otros requisitos. Hay, sin embargo, una fe de verdad.
La fe de verdad nos permite creer lo que se ve y lo que no se ve. Tal condición nos aleja de las ilusiones y nos instala en la esperanza. La fe de verdad se fundamenta en las relaciones. Dichas conexiones nos permiten experimentar la grandeza de la empatía, de la variedad, de la confianza. La fe de verdad supera las ideas y se convierte en vida. Deja pequeña nuestra boca y amplifica nuestras manos. Nos convierte en instrumentos de más fe. La fe de verdad mira a Jesús y edifica un carácter de verdad. Como afirmó Elena de White: “La fe en Cristo como Salvador personal dará fuerza y solidez al carácter. Los que tienen verdadera fe en Cristo serán serios, recordando que el ojo de Dios los ve, que el Juez de todos los hombres pesa el valor moral, que los seres celestiales observan qué clase de carácter están desarrollando” (Consejos para los maestros, p. 202).
En Hebreos 11, tenemos algunos ejemplos de personas como nosotros que pusieron su mirada en Cristo y fueron gentes de fe. Y aquel Abel, hijo de Adán, podías ser tú mismo, Abel Sánchez o Martínez. Aquel Enoc podías ser tú, Enoc López o Diestre. Noé, Abraham, Sara, Moisés o Rahab puedes ser tú, Manuel, Lautaro, Lilian, Sebastián o Ayelén. Ellos eran como nosotros, personas con la fe puesta en Jesús. No lo dudes ni una sola vez: esa es la fe de verdad. La fe que ya te está dando fuerza y solidez, que te hace consciente de la cercanía de lo divino, que sabe que Dios es Dios.
Creo que es un buen momento para orar por ello. ¿Me acompañas?