Con el valor de un profeta
“Yo, sí, yo soy quien te consuela. Entonces, ¿por qué les temes a simples seres humanos que se marchitan como la hierba y desaparecen?” (Isa. 51:12, NTV).
Mis labios se secaron de los nervios y se pegaron a mis encías. Estaba sentada frente al presidente de la organización, sabiendo que la conversación que estábamos a punto de tener no iba a ser para nada sencilla. Había luchado conmigo misma por días, tratando de decidir si valía la pena o no abordar esta conversación. Por un lado, lo que tenía que decir era cierto y muy importante; por el otro, decirlo no garantizaba que nada mejorase (y podía costarme mucho a nivel personal). Mientras hablaba con una de mis mejores amigas acerca de mi dilema, ella me dijo que aunque la voz de los profetas muchas veces era menospreciada, aun así tenía un rol significativo.
Al día siguiente, otra de mis amigas, Lynette Allcock, me envió un artículo que ella había escrito (“Love, Fear and Hard Conversations”) acerca del coraje de los profetas para decir la verdad: “Cómo reacciono ante un conflicto potencial revela lo que realmente motiva mi conducta. Expone las prioridades escondidas de mi corazón. Si mi comodidad, mi cargo, mi prestigio o mi popularidad son mi mayor preocupación, me costará encontrar el coraje para abordar temas difíciles. Pero si mi mayor prioridad es el amor (primero para con Dios y luego para con los demás), encontraré la fortaleza para enfrentar mis miedos”. Cuando leí sus palabras, supe que debía dejar a un lado mi resquemor y expresar, con respeto y tacto, mi opinión.
Los profetas del Antiguo Testamento fueron continuamente llamados por Dios a predicar mensajes increíblemente incómodos e impopulares. El primer mensaje que el joven Samuel tuvo que dar fue una durísima profecía contra su propio mentor, el sumo sacerdote Elí (1 Sam. 3:11). Isaías fue llamado a denunciar la hipocresía de los servicios religiosos (Isa. 58). Jeremías fue considerado un traidor por decir que debían entregarse a los babilonios, y fue arrojado en un pozo (Jer. 38). ¡Realmente no me imagino lo difícil que debió haber sido para todos ellos! Sin embargo, ellos cumplieron con su deber, poniendo la voluntad de Dios por encima de su comodidad o prestigio.
Si Dios te está llamando a afrontar una conversación difícil, inspírate en la vida y la fidelidad de estos profetas. Anímate con las palabras que Dios le dijo a Isaías: “Y he puesto mis palabras en tu boca y te he escondido a salvo dentro de mi mano” (Isa. 51:16, NTV).
Señor, dame el coraje, el tacto y la sabiduría para afrontar conversaciones difíciles. Si hay algo que debo decir, o una conversación que he estado evadiendo, muéstramelo hoy. Dame el valor para decir la verdad con amor.
Ame, caer a salvo en las manos de Dios ex un orivilrgio uns bendicion