Cuida la doctrina
“Como te rogué que te quedaras en Éfeso cuando fui a Macedonia, para que mandaras a algunos que no enseñen diferente doctrina” (1 Timoteo 1:3).
El mensaje (que está siempre por encima del mensajero) puede y debe ser adaptado, en su forma de presentación, a cada lugar y cultura. No obstante, debe ser guardado en su pureza original.
Por eso, Pablo le pide a Timoteo que no permita que se enseñe una doctrina diferente, que no preste atención a fabulas o cuentos rabínicos, ni busque en las interminables genealogías para descubrir una descendencia de la familia de David.
Por eso, Martín Lutero aseguraba que cualquier enseñanza que no se encuadre con la Escritura debe ser desechada, aunque haga llover milagros todos los días.
Pablo usó distintas palabras bien enfáticas, imperativas (como “te mando” o “te encarezco”), para orientar a Timoteo; para recordarle que no solo era pastor de Éfeso, sino también soldado del ejército celestial. Timoteo tenía que mantener la verdadera doctrina, la sana palabra, y desestimar la falsa doctrina y la vana palabrería.
En ese momento, la falsa doctrina era una inadecuada interpretación de la Ley de Dios. Pretendían sacar a la gente de la esclavitud del pecado para llevarla a la esclavitud del legalismo. Una Ley que, como ya hemos dicho, no tiene la función de salvar, sino de mostrarnos el pecado y llevarnos a Jesús. Somos salvos por gracia, que la recibimos por fe, pero la Ley mantiene su vigencia y su valor.
Las verdades bíblicas son el corazón del cristianismo. Si permitimos la entrada de falsas doctrinas, distorsionamos el mensaje. Cuando respondemos de forma irreverente, blasfemamos; cuando publicamos una teoría controvertida que se opone a la verdad bíblica, nos hacemos herejes; y cuando renuncianos o abandonamos la fe, caemos en la apostasía. Si no nos oponemos a la falsa doctrina, la aprobamos; si no defendemos la verdad, la negamos.
La falsa doctrina puede disfrazarse de tradición, experiencia personal, sentimientos y opiniones propias. “Si las revelaciones privadas concuerdan con las Escrituras, entonces son innecesarias. Si no concuerdan, entonces son falsas” (John Owen). Es así porque, en definitiva, “no es la iglesia la que debe determinar lo que enseña la Escritura; es la Escritura la que determina lo que enseña la iglesia”(Martín Lutero).
Es vivifixante oir todos los días la alabra de Dios a través de la matutina