¿Cómo es tu pesca?
«Ensancha el espacio de tu carpa, y despliega las cortinas de tu morada. ¡No te limites! Alarga tus cuerdas y refuerza tus estacas” (Isa. 54:2, NVI).
Cierta vez, salimos a acampar. El terreno era pequeño y habíamos armado las carpas según los estrechos límites que nos habían asignado, así que los vientos quedaban bastante pegados a las carpas. Ya nos estábamos imaginando un campamento apretujado, cuando nos dieron la feliz noticia de que habíamos armado carpas de más. Las desarmamos ¡y ahora teníamos más espacio para estirar los vientos y movernos cómodamente! Así que alargamos las cuerdas y reforzamos las estacas.
La siguiente historia me ayudó a profundizar aún más en este versículo.
Un día un hombre salió a pescar muy animado. Las condiciones climáticas eran perfectas. Subió a su bote, comenzó a remar y lanzó el ancla cerca de la orilla.
Preparó el hilo, la carnada y, antes de pescar, hizo una oración para lograr una gran pesca. Luego puso manos a la obra.
A unos metros de distancia, una persona lo observaba atentamente. Notó que, cuando el pescador sacaba un pez, lo medía y decía: “Este mide 15 cm”, y luego lo colocaba en un balde. Unos minutos más tarde, lo vio sacar otro pez y colocarlo también en el balde.
Sin embargo, la persona que lo observaba notó que el próximo pez era muy grande, más del triple del tamaño de los que había sacado anteriormente. Sorprendido, lo oyó decir: “Este es muy grande”, y lo vio lanzarlo nuevamente al agua.
El pescador repitió esto varias veces, lo que llamó poderosamente la atención del observador, quien decidió acercarse a preguntar. “Noté que ha tenido una muy buena pesca, pero que los peces bien grandes los devuelve al agua. ¿Por qué no lanza los más pequeños?”
El pescador respondió: “Es que los peces grandes no entran en el sartén de mi casa, que tiene 16 centímetros de diámetro”.
Muchas veces nos amoldamos a un terreno pequeño de influencia y toleramos la incomodidad, cuando hay límites que están de más.
¿Cuánto mide tu terreno? ¿Cuánto mide tu sartén?
“Forma parte del plan de Dios concedernos, en respuesta a la oración hecha con fe, lo que no nos daría si no se lo pidiésemos así” (La oración, p. 48).