Miércoles 10 de Noviembre | Matutina para Mujeres | La riqueza menos buscada

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La riqueza menos buscada

“El indolente ni aun asará lo que ha cazado; ¡precioso bien del hombre es la diligencia!” (Prov. 12:27, RVR 95).

En la lista de los hombres más ricos del mundo, destacan Bernard Arnault, Jeff Bezos, Bill Gates, Warren Buffet, Carlos Slim o Amancio Ortega, entre otros. Ellos poseen fortunas tan inmensas, que quizá no les alcanzaría la vida para contarla billete por billete, mucho menos moneda por moneda. Suena atractivo, ¿verdad? Tal vez imaginemos que estos hom­bres no tienen necesidad de nada, y es verdad si solo pensamos desde el punto de vista de los bienes materiales. Para la mayoría, la idea de ser rico gira en torno al dinero y los bienes que se poseen. Pero la riqueza se puede considerar desde puntos de vista diferentes a la capacidad económica.

Marilyn Monroe, una de las actrices más famosas y hermosas del mundo en su época, poseedora de una gran fortuna que le permitía lujos y placeres inmensos, terminó con su vida mediante una sobredosis de barbitúricos para huir de la depresión. Su riqueza económica no la ayudó a disfrutar la vida; hu­biera sido más rica, humanamente hablando, si habría gozado de algo de valor tan inestimable como el equilibrio emocional. 

La pregunta es: ¿Cuál es la verdadera riqueza de la vida, esa que da la satis­facción y la felicidad? En la Biblia, leemos, entre otras respuestas: “El indolen­te ni aun asará lo que ha cazado; ¡precioso bien del hombre es la diligencia!” (Prov. 12:27, RVR 95).

Un verdadero bien del ser humano es la diligencia: hacer las cosas correctamente, con cuidado, esmero y solicitud. De esa riqueza se obtiene satis­facción, paz, motivación y también, en algunos casos, bienes materiales. 

La tarea que el Señor nos asigna requiere ser hecha lo mejor que nuestras capacidades lo permitan. No nos conformemos con nada menos que lo bueno. La convicción de haber hecho algo bien reditúa en ganancias inimaginables, incluyendo las materiales. 

Isabel y María eran obreras en una fábrica de textiles. Su trabajo era minu­cioso, y debía ser hecho con prolijidad y esmero. Tenían que sobreponerse al cansancio físico y psicológico que implicaba hacer una tarea durante más de ocho horas diarias. Con el tiempo, una de ellas fue ascendida a supervisora, y más adelante llegó a ser socia de la empresa. Su diligencia la llevó muy lejos.

Las tareas de hoy te exigirán, sin duda, prolijidad y sacrificio; quizá el tra­bajo del hogar, fuera de él o los deberes escolares te parezcan tediosos, pero el resultado de lo bien hecho te hará sentir plena.

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