La otra batalla
“Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo aquel que es de la verdad, oye mi voz. Le dijo Pilato: ‘¿Qué es la verdad?’ ” (Juan 18:37, 38).
No hay duda de que la apariencia de Jesús, noble y a la vez humilde, tuvo que haber impresionado a Pilato cuando los dirigentes religiosos judíos le trajeron al Señor para que lo juzgara. Pero ¿tenía el procurador romano algún interés en conocer la verdad?
Es probable que sí, no obstante, el problema fue que no esperó la respuesta. Después de preguntar “¿Qué es la verdad?”, Pilato “salió otra vez a donde estaban los judíos, y les dijo: ‘Yo no hallo en él ningún delito’ ” (Juan 18:38).
¿Por qué no esperó la respuesta de Jesús? El caso es que eran dos las batallas que se estaban desarrollando simultáneamente esa madrugada en el pretorio. Una era la de los líderes religiosos judíos, en su empeño por quitarle la vida al Salvador. La otra, la que se libraba en el corazón del procurador romano.
Pilato sabía que Jesús era inocente. Sabía, además, que los sacerdotes “por envidia lo habían entregado” (Mat. 27:18); sin embargo, temió la reacción del pueblo. Trató de librarse de su responsabilidad, enviando a Jesús a Herodes, para que lo juzgara, pero no le funcionó. Luego colocó al Señor al lado de Barrabás, con la intención de librarlo, pero tampoco le funcionó. Después de otros fallidos intentos, finalmente “lo entregó a ellos para que fuera crucificado” (Juan 19:16).
En lugar de escuchar la voz de su conciencia, Pilato dio mayor importancia a la voz del pueblo: “Si hubiese obedecido a sus convicciones de lo recto, los judíos no habrían intentado imponerle su voluntad. Se habría dado muerte a Cristo, pero la culpabilidad no habría recaído sobre Pilato. Pero Pilato había ido violando poco a poco su conciencia” (El Deseado de todas las gentes, p. 680).
Al entregar a Jesús para que lo crucificaran, Pilato estaba asegurando su cargo como procurador romano de Judea, pero ¡a qué precio! No solo estaba sacrificando una vida inocente; además, estaba perdiendo “la otra batalla”: la de su propia salvación. Años más tarde, Pilato se suicidaría (Comentario bíblico adventista, t. 5, p. 533).
“¿De qué le sirve a uno ganarse todo el mundo, si pierde su alma?” (Mar. 8:36, RVC).
Querido Jesús, hoy quiero pedirte que tomes mi corazón, y que seas lo primero y lo más sagrado en mi vida. Que todo lo demás –éxito, fama, dinero, poder– palidezca ante el supremo privilegio de amarte y servirte.