Más que una tumba vacía
“Cuando llegó la noche de aquel mismo día, el primero de la semana, estando las puertas cerradas en el lugar donde los discípulos estaban reunidos por miedo de los judíos, llegó Jesús y, puesto en medio, les dijo: ‘¡Paz a vosotros!’ “ (Juan 20:19).
Para el momento en que, según nuestro texto de hoy, los discípulos estaban reunidos, ya el Señor resucitado había aparecido a María Magdalena (Juan 20:11-18), a Pedro (Luc. 24:34) y a los dos discípulos que iban camino a Emaús (Luc. 24:13-32). Sin embargo, dice la Escritura que estaban reunidos “por miedo de los judíos”. ¿No sabían ellos que la tumba estaba vacía y que algunos ya lo habían visto?
De manera indirecta, nuestro texto de hoy señala que la resurrección del Señor no fue un invento a posteriori de los discípulos, por la sencilla razón de que ellos no estaban esperando que resucitara. Más aún, cuando las evidencias de la resurrección del Señor comenzaron a aparecer, hasta se podría decir que se resistieron a aceptarlas.
¿Recordamos las palabras de los dos discípulos que se dirigían a Emaús? Sabían que las mujeres habían encontrado el sepulcro vacío; y sabían del testimonio de los ángeles. También sabían que algunos discípulos habían comprobado que el sepulcro estaba vacío. Pero no creyeron porque a él no lo vieron (ver Luc. 24:22-24). ¡Con razón el Señor los llamó “lentos de corazón para creer”! Mas llegó el momento en que lo verían personalmente. El hecho ocurrió cuando diez discípulos –todos, excepto Tomás– estaban reunidos a puertas cerradas, probablemente en el Aposento alto. Entonces, dice la Escritura, “llegó Jesús y, puesto en medio, les dijo: ‘¡Paz a vosotros!’ […] Como me envió el Padre, así también yo os envío’ ” (Juan 20:19, 21). Un gozo indescriptible se apoderó del corazón de ellos y, llenos de santo fervor, salieron a predicar con gran poder las buenas nuevas de un Salvador que recién había vencido las cadenas de la muerte.
¿Qué motivó a esos primeros discípulos incluso a dar su vida por su amado Señor? Más que la tumba vacía, ¡fue el hecho de que habían visto al Señor!
Nuestra fe descansa sobre un fundamento firme: aunque fue muerto y sepultado, nuestro Salvador está vivo: vivo para transformar nuestras vidas; vivo para interceder por nosotros; vivo para perdonar nuestros pecados; vivo para llevarnos a morar para siempre con él.
¡Estas sí que son buenas nuevas!
Amado Jesús, te alabo porque nada en este universo puede resistir tu poder. Con gusto proclamaré que eres digno de recibir honra y gloria, por los siglos de los siglos, amén.
Asombroso y maravilloso el hecho de que el Señor vive para darnos vida eterna y vida en abundancia y un día nos llevará a su hermoso. paraíso.
Esta es nuestra bendita esperanza.-
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