Wally
“Entonces Cristo habitará en el corazón de ustedes a medida que confíen en él” (Efe. 3:17, NTV).
Wally tenía nueve años y estaba en segundo grado, aunque debería haber estado en cuarto… Era grandote y torpe, lento en sus movimientos y en su forma de pensar, pero era un niño muy servicial y sonriente.
Para el programa de Navidad, la maestra le asignó el papel de posadero de Belén, ya que no tenía que hablar mucho.
Como de costumbre, la gente se acercó para participar de la gran puesta en escena. Wally miraba todo con asombro y fascinación.
Apareció José, guiando con ternura a María. Golpeó fuertemente en la puerta de madera. Wally, el posadero, estaba ahí, expectante.
–¿Qué quieres? –preguntó, abriendo la puerta con un gesto brusco.
–Buscamos hospedaje –contestó José.
–No hay lugar en esta posada para ustedes –contestó Wally con firmeza y seriedad muy convincentes.
–Por favor, buen posadero, esta es mi esposa, María. Está avanzada en su embarazo y necesita un lugar donde descansar…
Por primera vez, el posadero relajó un poco los músculos de su seria cara y miró a María. Hubo una larga pausa, lo suficientemente larga como para hacer que la audiencia se pusiera tensa al ver que el torpe Wally no recordaba su parte.
–¡No! ¡Váyanse! –le susurró el apuntador.
–¡No! –repitió Wally automáticamente–. ¡Váyanse!
José colocó su brazo alrededor de María con tristeza, tal como habían practicado, y ella apoyó su cabeza en el hombro de su esposo. Comenzaron a alejarse por el escenario.
Wally se quedó parado, observando a la pareja que se iba. Su boca estaba abierta, su corazón latía fuertemente y sus ojos se llenaron de pesadas lágrimas.
De repente, el curso del programa navideño dio un giro inesperado.
–¡No te vayas, José! –gritó Wally en medio del llanto–. ¡Trae a María de vuelta!
Y el rostro de Wally se iluminó con una sonrisa victoriosa, mientras decía:
–¡Pueden quedarse en mi habitación!
La audiencia entendió que había sido testigo de uno de los mejores programas de Navidad que alguna vez puedan haberse representado.
En el escenario de tu vida, detrás del que muchas veces escondes tu torpeza y tu dolor también, ¿vas a dejar que Jesús entre esta vez?
