Miércoles 17 de Agosto de 2022 | Matutina para Adultos | La petición de toda alma

La petición de toda alma

“¡Crea en mí, Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí!” (Salmo 51:10).

El Salmo 51 es, sin lugar a dudas, uno de los mejores ejemplos en toda la Escritura de lo que es el verdadero arrepentimiento. Abrumado por la enormidad de su transgresión, al adulterar con Betsabé y dar muerte a Urías, David reconoce su pecado y pide misericordia a Dios.

Lo primero que salta a la vista es que David reconoce que ha pecado contra Dios: “Contra ti, contra ti solo he pecado; he hecho lo malo delante de tus ojos” (vers. 4). Por supuesto, David sabía que su pecado de adulterio y homicidio había perjudicado también a otros, pero en estas palabras reconoce que su transgresión ofendió, primeramente, a un Dios santo. ¿Podemos imaginar todo el bien que resultaría si, antes de pecar, recordáramos que estaremos pecando contra Dios? En segundo lugar, David no solo pide que sean “borradas sus rebeliones”, sino además pide pureza de corazón: “¡Crea en mí, Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí!” (vers. 10). No solo ora por el perdón de sus faltas, sino también pide ser trasformado por medio de la obra del Espíritu Santo. Solo así podrá tener pensamientos e inclinaciones en armonía con la voluntad de Dios.

Finalmente, David ruega que se le devuelva el gozo de la salvación (vers. 12). Con estas palabras, ratifica la gran verdad de que el pecado solo sirve para traer dolor y tristeza a nuestra vida. Pero también nos recuerda que hay esperanza para el pecador; aunque por su horrible pecado había perdido el gozo de la salvación,

¡David no había perdido al Dios de la salvación! Esta es, sin lugar a dudas, una gran noticia, porque lo que David está diciendo aquí es lo que siglos más tarde declararía el apóstol Pablo: ni siquiera nuestros pecados nos pueden separar del amor de Dios.

¡Alabado sea el nombre de Dios! Si por haber pecado has perdido “el gozo de la salvación”, hoy puedes suplicar a tu Padre celestial que te lo devuelva con su perdón. ¿Cuál ha de ser, entonces, tu petición? La de David, cuando se arrepintió de su pecado: “Un corazón limpio, y un espíritu recto dentro de mí”.

Gracias, Padre celestial, porque hoy me has recordado que ningún pecado es tan grande que no pueda ser perdonado; y que no hay nada en este mundo que me pueda separar de tu amor.

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