El discurso de Abbe Pierre
“El amor que tengan unos por otros será la prueba ante el mundo de que son mis discípulos” (Juan 13:35, NTV).
El padre Pierre, un fraile católico francés, había sido asignado para trabajar entre los mendigos de París después de la Segunda Guerra Mundial. En ese momento, no tenían un lugar donde ir y morían en las calles en invierno. La comunidad no se interesaba por ellos, así que la única opción era que hicieran algo por su cuenta. El fraile, también conocido como “el ángel de los pobres”, organizó a los mendigos para rastrear la ciudad, construir sus propios refugios con ladrillos de desecho y luego clasificar botellas. Además, cada mendigo tenía la responsabilidad de ayudar a algún mendigo más pobre que él mismo.
El proyecto dio tal resultado, que ya no había más mendigos en las calles de París. Se creó la organización Emaús, de la que se hicieron réplicas en otros países, y ahora el fraile temía que su proyecto terminara fracasando por no tener a quién ayudar. Temía que su organización se volviera poderosa y rica, y se perdiera el impacto espiritual que había tenido hasta ese entonces. Fue en esta búsqueda desesperada que encontró el leprosario de Vellore, en la India, y se contactó con el Dr. Paul Brand para que “sus mendigos” ayudaran en ese lugar.
El doctor dispuso un momento para que el fraile comunicara su idea a los estudiantes de medicina. Los estudiantes solían ser muy alborotados y, si a los tres minutos el disertante no había logrado entretenerlos, comenzaban a pisotear el piso y a abuchearlo. El doctor temía que esto pasara, especialmente teniendo en cuenta que el fraile no hablaba su idioma. Pero el hombre, vestido con un hábito viejo, comenzó a dar su discurso. Entre un par de médicos intentaban traducir lo que iba diciendo, con su poco conocimiento de francés, pero el fraile comenzó a hablar tan rápido y con tanto fervor, que la interpretación se hizo imposible. Pasaron tres minutos y nadie se movía. Al terminar el discurso, después de veinte minutos, todos se pusieron de pie y estallaron en una ovación sin precedentes.
Ante la pregunta: “¿Cómo entendieron si nadie habla francés?”, uno de los estudiantes respondió: “No necesitamos un idioma. Sentimos la presencia de Dios y la presencia del amor”.
¡Qué ejemplo impactante! ¿Acaso nuestras acciones hoy son suficiente lenguaje para transmitir el amor de Dios al mundo? ¿Nos están conociendo por lo que nos deben conocer?