¿Quién está escribiendo tu agenda?
«Ustedes pensaron hacerme mal, pero Dios cambió todo para bien». Génesis 50:20, RVC
NO SE PODRÍA CULPAR A JOSÉ, el hijo de Jacob, si durante años pensó que sus hermanos habían «escrito su agenda» al venderlo a una caravana de ismaelitas que iba rumbo a Egipto.
Por cuánto tiempo estos recuerdos hirieron el corazón de José, no lo sabemos, pero cabe imaginar que su mundo tiene que haber sido muy pequeño; porque siempre es muy pequeño el mundo de quien se mueve solo dentro de los estrechos límites de sus circunstancias. Si solo vivo para lamentar lo malo que la gente me dice y me hace, si solo me muevo dentro del caprichoso ámbito de los dimes y diretes, al final otros terminarán escribiendo mi agenda.
No habían sido sus hermanos, sino los propósitos de Dios, los que habían llevado a José a Egipto. «Fue el plan de Dios —escribió Elena G. de White— que por medio de José fuera introducida en Egipto la religión de la Biblia. Este fiel testigo debía representar a Cristo en la corte de los reyes» (Desde el corazón, 2012, p. 262).
¿Cómo sabemos que José entendió que Egipto formaba parte del propósito de Dios? Porque eso fue lo que él mismo dijo a sus hermanos cuando les reveló su identidad: «Yo soy José, su hermano, el que ustedes vendieron a Egipto. Pero no se pongan tristes, ni lamenten el haberme vendido, porque Dios me envío aquí, delante de ustedes, para preservarles la vida» (Gén. 45: 4-5, RVC; Cf. 45: 7-8; 50: 20).
Y cuando dijo: «Fue Dios quien me envió», pronunció una de las verdades más poderosas en la historia de la humanidad; a saber, que el propósito de nuestra vida no está en las manos de ningún poder terrenal —ya se trate de los gobernantes de las naciones, de los dirigentes de la comunidad, o de los jefes en el trabajo—, sino en las manos del Dios soberano del universo.
Como bien lo expresa Walter Brueggemann, durante años la vida de José no fue más que la suma de sus pequeños temores, sus pequeños rencores y sus pequeños amores. Hasta el glorioso día en que se vio a sí mismo como parte de un plan tan grande como el Dios de los cielos.**
¿Es tu vida la simple suma de tus pequeños temores, tus pequeños rencores, tus pequeños amores? Por la gracia divina, muévete al siguiente nivel: el de los elevados propósitos de Dios para sus hijos en una hora como esta.
Santo Espíritu, capacítame para que, más allá de las pequeneces del diario vivir, mis ojos puedan contemplar tu gran propósito para mi vida.
* Walter Brueggemann, The Threat of Life, Fortress Press, 1996, p. 12.
Que ejemplo de entrega de una vida a los planes eternos. Superando. Y elevándose sobre todo lo adverso e injusto para cumplir una misión salvifica de Dios