Sin complejos
“Cuando era la hora se sentó a la mesa, y con él los apóstoles. Y les dijo: ‘¡Cuánto he deseado comer con vosotros esta Pascua antes que padezca!’ ” (Lucas 22:14, 15).
¿Por qué anhelaba tanto el Señor comer la cena pascual con sus discípulos, según lo indica nuestro texto bíblico de hoy? Esa sería la última que comería con ellos antes de su muerte, y algunas circunstancias muy especiales rodearían esos últimos momentos. Una de ellas: la discusión que sostuvieron en torno a quién de ellos sería el mayor.
¿Podemos imaginar un hecho más inoportuno, más cuestionable, que este? En cuestión de horas su Maestro sería entregado a los sacerdotes y los ancianos, para ser víctima de toda suerte de maltratos, ¿y ellos están debatiendo acerca de quiénes ocuparían los lugares de honor en el nuevo reino? No era, por cierto, la primera vez que discutían un asunto similar. Antes, dos de ellos habían pedido al Señor el privilegio de sentarse a su derecha y a su izquierda en su reino. Y este pedido había hecho que los otros diez discípulos se enojaran mucho (ver Mat. 20:20-24).
¿Cómo podía él enseñarles que hay mayor grandeza en servir que en ser servido, y que más bienaventurado es dar que recibir? La hora de la prueba se acercaba y ellos no estaban en absoluto preparados para enfrentarla. Entonces, el Señor de la gloria, poniéndose de pie, se quita su manto, toma una toalla, pone agua en una vasija, ¡y comienza a lavar los pies a sus discípulos!
Lavar los pies a los visitantes era un acto servil, realizado solamente por esclavos extranjeros. Pero nuestro Señor no tuvo problema alguno en realizarlo, aunque “él sabía que el Padre le había dado todas las cosas en las manos, y que había salido de Dios y a Dios iba” (Juan 13:3). En otras palabras, Jesús tenía plena conciencia de su dignidad, como Rey y Señor; aun así, estuvo dispuesto a hacer el papel de siervo, ¡y todo, por amor a sus discípulos!
Mientras que la preocupación de ellos era quién ocuparía el puesto más elevado, la de él era desterrar de sus corazones egoístas el espíritu de orgullo y suficiencia propia. La pregunta apropiada para nosotros hoy es si la humillación de Jesús, al tomar el papel de siervo con tal de salvarnos, también abrirá nuestros ojos no solo para entender lo que significa la verdadera grandeza, sino, sobre todo, para comprender cada vez más “la anchura, la longitud, la profundidad y la altura” del amor de Cristo (Efe. 3:18) por ti y por mí.
Gracias, Señor Jesús, porque, aunque siempre estuviste consciente de tu dignidad real, tomaste el papel de siervo, con tal de salvarme.