No hay bien fuera de ti
“Oh alma mía, dijiste a Jehová: Tú eres mi Señor; no hay para mí bien fuera de ti” (Sal. 16:2).
Hace unos años, organicé un proyecto especial que llevó meses de planificación. Uno de mis jefes —llamémoslo Juan— esperó hasta que yo terminara todo el trabajo para comunicarme que él se encargaría de la fase práctica; él sería “la cara del proyecto”.
Desde mi perspectiva, lo que esto quería decir era que yo haría todo el trabajo y él cosecharía los aplausos. ¡Me molestó muchísimo su actitud! Sin embargo, me dije a mí misma que mi enojo tenía más que ver con su maniobra deshonesta que con quién se llevaba los laureles. Tiempo después, cuando comencé a trabajar para otra compañía, me di cuenta de que los laureles me importaban más de lo que quería admitir. Aun trabajando con gente diferente, yo llevaba una especie de cuenta mental de cuántos aplausos recibía cada uno. Aunque es bueno que reconozcan nuestro trabajo, y es importante para nuestro crecimiento profesional, mis matemáticas mentales no tenían que ver solo con esto, sino con alimentar mi orgullo.
Es difícil dilucidar las razones por las que nos molesta que los demás no reconozcan nuestros esfuerzos. ¿Estamos tratando de defender nuestra fuente de trabajo… o nuestro orgullo? A veces me cuesta ver la línea que delimita un campo del otro. Me siento tentada a ir de un extremo al otro como un péndulo: o bien defendiendo mis derechos a toda costa, o bien callando por completo para caerle bien a la gente. Por supuesto, hay Alguien que puede decirme cuáles son mis verdaderas motivaciones. Si se lo pregunto, Dios me mostrará si mis reacciones fluyen del río contaminado del orgullo o no. En su libro A Praying Life [Una vida de oración], Paul Miller comenta: “Cuando alguien comparte una idea que originalmente era mía, quiero mencionar que se me ocurrió primero a mí. Me siento inquieto, como si el universo estuviera salido de eje. En resumen, quiero presumir. La única manera de calmar la sed de mi alma por la prominencia es comenzar a orar: ‘No hay bien fuera de ti’ ”.
Si alguien te roba tus laureles hoy, detente y pregúntale a Dios: “¿Cómo debería reaccionar? ¿Cuáles son mis verdaderas motivaciones?” Él es fiel y te ayudará, si se lo pides.
“Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce los pensamientos que me inquietan. Señálame cualquier cosa en mí que te ofenda y guíame por el camino de la vida eterna” (Sal. 139:23, 24, NTV).
Amén